LA SOLUCIÓN ES EL PROBLEMA
CHUCHERIAS Y QUINCALLA ·
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El acuerdo es una minimalista y a la vez barroca cuestión de tiempo. Tiempo para que las partes representen sobreactuadamente sus respectivos papeles y decanten la arrogancia; tiempo para que el escenario del resto de comunidades se haya despejado y La Rioja no resista un ... minuto más su propia anomalía. Más allá de las estrategias susurradas desde Madrid -la insistencia del PSOE y Podemos riojanos en su autonomía reafirma el rol subalterno en la partida que juegan los hermanos mayores- la inevitabilidad del acuerdo está impresa en el reloj de otro tiempo: los 24 años que primero Sanz y luego Ceniceros han ocupado el Palacete de Vara de Rey.
Ni el PSOE ni el conjunto de la izquierda de La Rioja pueden permitirse desaprovechar una ocasión que las urnas ni siquiera han atisbado durante casi el cuarto de siglo en que las victorias del PP han sido casi rutina. La alternativa a la cerrazón es una repetición electoral inasumible para los de Concha Andreu y Raquel Romero por asomarse al abismo de no reeditar una mayoría suficiente, pero sobre todo por la sombra de una culpa histórica que la hemeroteca jamás olvidaría. La revelación de que Podemos reclamaba tres consejerías se inscribe en ese guion de maximalismos como el del gobierno monocolor defendido por el PSOE y que tuvo su expresión más esperpéntica en julio con la justificación de Romero de su 'no' a Andreu ante el atril del Parlamento. La entrada de la formación morada en los ejecutivos de Navarra y Aragón, donde las negociaciones han implicado a más (y más encontradas) fuerzas, es el anticipo del paso que todo indica que se dará en La Rioja.
Una solución que, sin embargo, está por ver si supone el embrión de un problema de inestabilidad. La breve y convulsa trayectoria de Podemos en La Rioja deja más crónicas judiciales que avances legislativos. Con ese dudoso bagaje y una gestora comandada por los mismos que han llevado al partido a un mínimo aunque decisivo suelo pese a la difunta confluencia con IU, Andreu tendría una doble dificultad. Por un lado, virar las políticas que han guiado La Rioja durante más de dos décadas; por otro, embridar desde una manifiesta desconfianza mutua a un socio en su propio laberinto, cuyas vicisitudes no repercutirán ya en un puñado de inscritos y los fieles aún al espíritu original de la marca, sino en una comunidad entera.
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