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Leí hace una semana, es decir hace casi un siglo, en Diario LA RIOJA que el relator de la ONU para la Extrema Pobreza, Philip Alston, ha puesto un suspenso a todos los poderes públicos de esta veneranda nación en lo relacionado con las personas ... que viven en la pobreza. Yo no lo creí, pero volví a leer el texto el sábado tras la comida porque unos amigos me lo habían comentado.
Pero, vamos a ver. ¿Cómo va a ser cierta toda la retahíla de desperfectos que este señor señala en una de las sociedades occidentales más desarrolladas a lo largo de los siglos o al menos desde el siglo tercero después de Cristo, para que todos nos entendamos? ¿Cómo es posible que alguien se atreva a enunciar semejante infundio, tras tantas propuestas de avances sociales caviladas por mentes españolas tan privilegiadas en materia religiosa y universitaria, que abrazan todo los saberes mundanos e incluso, claro está, divinos? Oh!, no, señor Philip Alston, yo no puedo admitirlo.
No estoy dispuesto a aceptar que el concepto de caridad haya fracasado estrepitosamente; sabido es que enormes cantidades de dinero y de otros recursos han salvado millones de vidas desde siglos primitivos y continúan solucionando muchos problemas. Pero siempre se dan descontentos que arguyen que esos mismos repartidores caritativos se han quedado con cantidades muy, muy superiores a las que decían regalar precisamente a quienes las habían producido con su trabajo. Hasta llegan a afirmar que las centenarias sociedades monárquicas, generalmente provenientes de la inspiración divina, han seguido carriles semejantes a las religiosas. Cuán malpensados.
Menos mal que llegó la época de los imperios y, partir de ahí, aquellas grandes mentes se modernizaron, dirigidas desde templos y palacios tan grandes o mayores que los medievales. Gracias a esa actualización, España participó de esa enorme tarta internacional, que llevó a nuestra amada Europa al paroxismo ocupacional de tierras no tan desarrolladas económicamente. Se oye por ahí que ahora regresan estadounidenses y chinos a pasarnos revista por lo que hicimos. Qué va.
Las nuevas olas económicas mundiales llegaron, por fin, a la España de los años sesenta y, con ellas, el estado del bienestar, la socialdemocracia y la transversalidad. Olas que -cuentan- han aprovechado inteligentemente los surfistas de siempre, sucesores de los del siglo tercero. Pienso que el diagnóstico de nuestro amigo señor Philip de que los necesitados viven peor está radicalmente errado: los pobres son pobres porque no ahorran y los ricos somos ricos porque ahorramos. No los engañamos a ustedes, y lo sabemos; se engañan ustedes mismos.
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