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A veces nos parece, tontos de nosotros, que eso del cambio climático es una cosa como lejana. De koalas que beben biberón en Australia, de cachos de hielo que se descuelgan del Polo. Esas noticas que rellenan el telediario.
Pero somos, lo dicho, muy tontos. ... Porque lo que le estamos haciendo al planeta, lo que nos negamos a dejar de hacer, es una maldad cuyo rebote se nos viene encima a la velocidad del rayo. Si no me creen, echen un vistazo a lo que les cuento.
Ayer veía en no se qué telediario un reportaje sobre los vecinos de un pueblo del Segura, en Murcia. Es una barriada que ha sufrido cuatro inundaciones en los últimos meses. Cuatro veces las casas anegadas hasta el metro y medio, cuatro veces los muebles echados a perder, cuatro veces recomprar, reconstruir, revivir.
Así que, claro, en el barrio están empezando a aparecer muchos carteles de «se vende». Pero, como razonaba una vecina, los precios caen. A ver quién va a querer comprar esas casas.
Es sólo un vistazo. Pero imagínense a esa gente, harta de vivir en una zona inundable, que no puede además desatarse de unas casas que nadie querrá y que, poco a poco, valdrán cada vez menos. Y que acabarán por tener que abandonar, claro.
Eso es básicamente el cambio climático: gente como usted y yo, que no podrá vivir donde siempre ha vivido porque de repente será inhabitable. Un desierto, o una zona donde las tormentas matan o, digamos, un sitio donde antes la viña se daba de fábula y de repente no. No hay pin censor ni artículo 155 que se aproxime a la importancia de esto. Basta con echarle un vistazo.
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