La estremecedora imagen de Mensut Hancer, el padre aferrado a la mano de su hija adolescente Irmak, muerta entre las ruinas de su vivienda, que este miércoles 'gritaba' desde la primera página de este periódico, retrata la inmensa tragedia provocada por los terremotos que sacudieron ... el lunes Turquía y Siria. En esta tierra que no ha dejado de temblar, los movimientos sísmicos han causado ya más de 12.000 fallecidos y 40.000 heridos, además de devastar localidades completas e infraestructuras de comunicación y dejar a la intemperie a unos veinte millones de personas. La urgente reacción de la comunidad internacional, movilizada con la solidaria energía que exige la ocasión, se ha concentrado por ahora en tratar de salvar a los atrapados entre toneladas de escombros y recuperar los cuerpos que esperan familias angustiadas, sin posibilidad otro refugio que una tienda de campaña. Todo son urgencias que solo pueden ser resueltas en un ejercicio de solidaridad internacional al que La Rioja no es ajeno y que, de momento, se ha concretado en la presencia en la 'zona cero' del voluntario Francisco José Caparroso y su perro 'Argui', de la Unidad Canina de Rescate de La Rioja, expertos en la localización de supervivientes en situaciones extremas o, en el peor de los escenarios, de ubicación de víctimas mortales. En su aliento helado entre ruinas y escombros debe notarse también la congoja contenida de los riojanos, como debe sentirse más pronto que tarde la mano del Gobierno regional en el momento en que la Agencia de Cooperación Europea determine las necesidades, como anunciaba ayer el responsable autonómico del área.

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Los escenarios no son ajenos a las consecuencias de este desastre natural. Al presidente de Turquía no le queda más remedio que reconocer «problemas» en una atención a las víctimas que está dejando que desear. Porque al daño causado por los temblores contribuyó la endeblez de unos edificios convertidos en tumbas, inmuebles que se desplomaban como castillos de naipes y, antes que refugio para los supervivientes, se convertían en trampas mortales. A Recep Tayyip Erdogan le llueven justificados reproches de falta de vigilancia, cuando no connivencia, con una negligente industria de la construcción que pretende acallar restringiendo las redes sociales.

En la parte siria de la catástrofe, las consecuencias del autoritarismo de los gobernantes son aún peores. Al menos tres millones de afectados ya eran refugiados de la guerra que dura desde 2011. El hecho de que Bashar el-Asad se haya apresurado a anunciar que su Gobierno controlará toda la ayuda que llegue al país representa un castigo añadido para las víctimas del último bastión rebelde.

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