A punto de divisarse el fin de la pandemia, que fue un revés serio, presiento que los enanos le crecen al Gobierno y es que el soterrado malestar de estos dos años está estallando como las bombas de Putin, con prisa y sin pausa. El ... precio de la energía y de los carburantes ha truncado las previsiones de crecimiento y familias, empresas y autónomos están contra las cuerdas. Ante los precios inasumibles todos miran al gobierno. Como las soluciones nunca son sencillas llega un día en el que todo salta por los aires. El descontento es fácil de diagnosticar pero difícil de tratar cuando el futuro se presiente negro.

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Transportistas, agricultores, ganaderos, pescadores, cazadores, sindicatos han llenado las calles de protestas y reivindicaciones que, todas a un tiempo, pueden terminar por colapsar el país. Algunos de los problemas son estructurales, el mundo agrario lo sabe bien. Otros son coyunturales y cíclicos, el precio de la factura energética, que ya se había incrementado antes de la invasión de Ucrania, se ha agravado. Cuando la inquietud crece todo el mundo exige la intervención del gobierno, siempre ha sido así. Pensar que el malestar social se pasa como un catarro es un enorme error de diagnóstico. Hemos visto excesiva imprevisión y lentitud esperando una solución europea que no llega y a otros gobiernos adoptando medidas, como Francia e Italia, subvencionando el litro de combustible a los transportistas. Que hay grupos políticos fomentando las protestas para obtener apoyos, es seguro. Como lo es la hipocresía de quienes nada hicieron por solventar problemas estructurales del mundo agrario o del autónomo cuando gobernaron y ahora acuden a las manifestaciones a buscar aplausos. Esto es así y así será, por eso sorprende la lentitud del gobierno en responder a una huelga, convocada por una plataforma que ha unido a los autónomos del sector, que está colapsando el país y que obliga a sectores de la cadena alimentaria a tirar sus productos (las vacas se ordeñan cada día y los tomates se pudren) o a otros sectores clave a cerrar temporalmente su producción.

En esta escalada de sustos, el rey de Marruecos nos sorprende anunciando un acuerdo que modifica la tradicional postura de España sobre el Sáhara Occidental. La relación con Marruecos, un país no democrático, es importante por evidentes razones y también que los saharauis llevan 46 años esperando una solución al abandono en el que los dejó Franco. El giro exigía explicaciones previas y claras del gobierno y no justificaciones a regañadientes. Es difícil sustraerse a esa sensación de tristeza que nos invade a muchos. Si el gobierno quiere que le entendamos deberá hacer mayores esfuerzos por entendernos antes de que sea tarde y se desplome de soledad mientras nos devora el miedo a un futuro incierto.

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