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El verano es la época del año que añoramos porque nos recuerda a nuestra infancia. Mil horas jugando en el parque, paseos en bicicleta, batallas de agua donde pierde quien termina seco, helados de mil sabores, nuestro primer campamento, historias de piratas o submarinos en ... la piscina o en el río y jugar, jugar, jugar durante semanas que parecen no tener fin ni reloj.
Con la adolescencia y la juventud, las experiencias se convierten en un deseo irrefrenable de capturar esa vivencia que nadie tuvo y sentirnos en cada momento como si nuestra vida dependiera de ese último suceso con tu cuadrilla, con tu pareja… Vivimos esa etapa al máximo experimento la vida como si ésta fuera a perderse entre nuestros dedos. Conciertos, viajes en coche, noches de verbena, tardeos sin hora de cierre, noches estrelladas, pasión desbordada… En fin, la vida.
Las obligaciones nos llaman a la puerta y con ellas los días marcados por convenio para disfrutar de ese tiempo de desconexión sin responsabilidades. Llega ese punto en el que por fin tienes dinero propio para hacer todo lo que deseas, aunque sin todo el tiempo que antes parecía sobrarte. La lista de los planes sin hacer comienza a aumentar junto con el de las responsabilidades y empiezas a seleccionar mejor con quién, dónde y cuándo compartes tu tiempo haciendo de las experiencias menos frecuentes, pero, quizás, más sinceras.
Cuando llega la maternidad la cosa cambia. La vida vuelve a contar desde cero y todo está por hacer. Cada nueva experiencia se convierte en un recuerdo queriéndose ser captado por la sabiduría de unos padres que ya han aprendido que el tiempo vuela. La primera foto en la pisci, en la playa, sudado después de una siesta larguísima, con la gorra, con las gafas de sol, comiendo su primer melocotón… En fin todo un book que ni la colección de la o el instagramer más cotizado.
Sin embargo, con la parentalidad también llega la aventura de la conciliación. Niños sin cole y adultos sin tantos días de vacaciones como sus hijos e hijas requieren. Ello obviando la realidad del resto del año con periodos no lectivos, días de enfermedad que hay que pedirse de asunto propio... La solución no sé si es que las familias con menores de determinada edad tengamos más vacaciones o que tengamos prestaciones que compensen la pérdida salarial de aquellas que solicitan meses sin sueldo para poder conciliar. Tampoco sé si la clave está en que existan más recursos públicos donde llevar a nuestros hijos e hijas. Yo sólo sé que la conciliación no sólo puede recaer en los recursos humanos, económicos y temporales que tengan las familias y que el poder estar con tus padres no puede ser un privilegio de unos pocos. Los niños y niñas tienen derechos, la sociedad responsabilidades y las familias necesitamos apoyo. Podemos seguir mirando hacia otro lado, pero el futuro de todos depende de que unas locas sigamos teniendo descendencia.
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