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Con el inicio de un nuevo día los hogares abren sus ventanas para refrescar el ambiente caluroso acumulado durante el día anterior. Con este cotidiano gesto la cuenta vuelve a cero y otro día se presenta ante nuestra existencia. Abres las ventanas, respiras profundamente y ... te completas con esa sensación de que está todo por hacer. Tras esa rutina tan gratificante en los meses de verano, es el turno de la preparación del café, salir a la terraza, contemplar el estado de mi jardín urbano, sentarme y comenzar el día leyendo unas cuantas páginas de la novela que me transporta, en mi caso, a la antigua Roma. Otros mundos, otras vidas y el frescor de la mañana son esas pequeñas cosas que hacen que la vida merezca ser vivida. Ventilar, así, no se queda en una mera costumbre de salubridad hogareña. Airear es necesario para nuestra existencia humana. El proceso de ventilación se materializa en diferentes conductas o acciones que nos permiten resetearnos. Iniciar una nueva lectura, acudir a un concierto o una obra teatral, un paseo sin más objetivo que pasear, un refrescante baño, una noche estrellada en la que ser consciente de la insignificancia de la especie humana, un café con una persona querida o cualquiera de otras tantas experiencias que nos permite tomar distancia de nuestro día a día.

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