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Septiembre ha terminado y las hojas del otoño comienzan a poblar nuestras calles. Las charangas han dejado de sonar en todas las localidades y nuestro ánimo se ha estabilizado mirando en el calendario la próxima festividad. Nos gusta la fiesta en cualquiera de sus formas. ... Algunos se refieren a nosotros como los sureños del norte: personas de buen carácter con ganas de disfrutar el tiempo con nuestra gente alrededor de una mesa o de lo que se tercie. Sin embargo, también compartimos con el resto de la población esa afición tan española como lo es la de criticar da igual el qué. No lo neguemos, nos gusta comentar haciendo especial incidencia en lo negativo de cualquier situación, sacándole chicha al por si hubiera alguien virgen respecto a algo que haya sucedido. Ejemplos hay miles, pero me centraré en uno.
El mes pasado, todas las cadenas dieron el pistoletazo a sus propuestas para la nueva temporada. Entre todas, tres canales fueron objeto de la atención del país. Atresmedia mantuvo su apuesta segura con Pablo Motos a la cabeza. Por su parte, Telecinco lo apostó (casi) todo a un nuevo formato con Carlos Latre y RTVE materializó su controvertida contratación de David Broncano y su equipo. La lucha por la audiencia pronto se cobró la vida televisiva de Latre en Mediaset España quedando solo dos: Motos y Broncano.
En una España dividida todo es susceptible de convertirse en guerra como si las dos Españas nunca hubieran enterrado el hacha y siguiéramos hablando de vencedores y vencidos, incluso para la elección del canal. Quizás la decisión entre poner La 1 para ver a Broncano a las 21:40 o esperar a que empiece El Hormiguero no debería basarse en cuestiones ideológicas, si no simplemente de quién te hace más gracia. Pensar que cada noche el casi 20% de la audiencia que sintoniza a Motos es fascista es tan erróneo como que el otro casi 20% que hacen lo propio con Broncano es bolchevique.
Si se preguntan cuál sintonizó yo, les diré que a Broncano. ¿Su éxito? Hacer que parte de mi generación vuelva a la televisión tradicional sin que eso empañe el exitoso formato de Motos. Estos dos monstruos de la comunicación, cada uno con su estilo y público, dejaron en evidencia que hay formas distintas de hacer entretenimiento y que para gustos los colores. Cada uno con su propuesta, su equipo, su forma de entender el humor y su cuota de pantalla. Podemos analizarles desde una perspectiva ideológica, claro, pero ¿es posible que basemos el éxito de ambos formatos en que hay personas a las que les hacen gracia y les gusta lo que ven? Pues también. ¿No debería ser eso la televisión? Diferentes propuestas algunas informativas, otras culturales, otras de debate político, algunas de salseo… Y todas, a fin de cuentas, de una u otra forma intentos de conectar con los televidentes. Esta guerra me ha dejado claro una vez más que en España hay hueco para todos y que simplemente tenemos que asumir y respetar que el de en frente tiene derecho a pensar diferente.
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