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La vida se nos vende como algo sumamente complejo. Nos preparamos para todo lo que está por venir, aunque no tengamos ni idea de lo que nos deparará el futuro cada vez más incierto. Asumimos cuál es nuestro rol en la partida vital de la ... que somos protagonistas y tomamos decisiones intentando que nos lleven a donde supuestamente queremos llegar. Crecemos con la presión desde la cuna de ser más rápido que la persona de al lado en cualquier reto vital que nos hace humanos. Configuramos un código de valores y una forma de estar en el mundo que hace que nos autonombremos juez y parte de cada pensamiento, palabra o hecho de cualquier persona de la que tengamos noticia. Y eso, en el momento actual con las redes sociales, supone una gran parte de la población mundial. Ello sin la previsión de que nadie pueda opinar de nosotros, que una cosa es juzgar y otra ser juzgado. Y la pregunta es ¿para qué?
Otra pregunta puede ser por qué lo hacemos y las respuestas nos pueden llevar a analizar una sociedad cada vez más vacía, con incapacidad estructural de hacer nada que no reporte un beneficio directo hacía uno mismo. Podemos debatir sobre si los conglomerados de personas, que no comunidades, tienen algún propósito legítimo y altruista real. Sí, claro que existen excepciones, si no ya nos habríamos extinguido, pero cada vez son las menos. El sistema nos adoctrina en el yo, mí, me, conmigo en un rueda egoísta que no para de girar y que nos hace creer que la lucha debe ser encarnizada y que solo puede quedar uno. Así que... ¿Somos tan buenos como pretendemos aparentar? ¿Somos tan felices como parece mostrar nuestro Instagram? ¿De verdad que eso tan ansiado era esencial para tu felicidad? ¿De verdad eso es la vida? ¿No hay nada más?
¡Claro que lo hay! Sin embargo, nos cuesta horrores pararnos a disfrutar de lo que más importa, de disfrutar del momento sin captarlo con nuestro smartphone, de entender que da igual lo que tengas material si no que lo que importa es lo que seas como persona, y no me refiero a los títulos académicos o de otra índole. Y es que lo antisistema se ha convertido en lo que antes era sencillamente la vida. Una vida que es tremendamente sencilla, que no simple, y que nosotros nos empeñamos en complicarla. Y en un día cualquiera este axioma, reiterado durante años por personas de una sabiduría que no se encuentra en los libros, se hace más patente y cae en tu interior como una losa en el vacío. Recibes un mensaje o una llamada de alguien querido contándote algo verdaderamente grave e importante que te hace poner los pies en el suelo y las lágrimas en los ojos. Y te preguntas al colgar ¿de qué sirve todo lo que nos rodea si la ruleta de la vida puede pararse en cualquier instante? Tomas aire, respiras y envías un «Cuídate, por favor».
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