Secciones
Servicios
Destacamos
He intentado huir de la carga simbólica y emocional que tiene el día de hoy para mí. Sin embargo, mi cabeza ha escrito mentalmente y sin proponérmelo esta columna durante semanas a través de imágenes y frases inconexas que hoy tengo el propósito de unir. ... Aunque no pueda prometer cumplir dicho objetivo.
Una vez, alguien a quien quise mucho me dijo que le daban envidia aquellas personas creyentes en la existencia de otra vida, después de la muerte, ya que tenían la vida más fácil. No se refería a que la tuvieran resuelta, si no a que podían agarrarse a la esperanza de algo superior que les dotara de respuestas en momentos de desesperación. Es pedante decir, creyéndome la única en pensarlo, que el ser humano puede vivir mucho tiempo sin comer, algo menos sin hidratarse, pero que basta con unos minutos sin esperanza para dar por finalizada nuestra existencia. Qué importante son las manos amigas en los momentos en los que ves tu mundo desquebrajarse y no eres capaz de ver el horizonte ni en el día próximo. Y es que esa frase a la que me refería al inicio de este párrafo me acompaña ya que qué dura es la despedida de un ser querido cuando tus creencias no son compatibles con la existencia de otro mundo donde el abrazo de tu madre sea el destino.
Sin embargo, y a pesar del drama que nos acompaña en nuestro devenir por estar condenados a las despedidas constantes, siento tranquilidad en el paseo hacia el campo santo. El silencio acompaña esos encuentros con quienes tuvieron un espacio en nuestra vida y que ahora lo ocupan en nuestro recuerdo. Esa frialdad de encontrarte con el silencio devastador que supone la losa que divide dos mundos. Aunque, y quienes acudan como yo con asiduidad al cementerio puede que lo compartan conmigo, hay un elemento reparador en estas visitas. Al menos en mi caso me hace sentirme más cerca del resto de personas que, aun no compartiendo nada conmigo, viven simultáneamente sentimientos semejantes. Eso nos acerca porque el amor y el dolor son verdades inmateriales que nos igualan como humanos, aunque nos empeñemos en distanciarnos continuamente. En mi caso, en cada paseo hasta allí rememoro las veces que mi madre me llamaba desde la cocina, presagio de una conversación importante sin pistas sobre la gravedad del asunto. Y ese momento, tan temido en mi adolescencia y tan añorado desde su adiós, lo revivo cada vez que acudo a su encuentro ausente y le digo «Todo va bien, puedes estar tranquila». Porque su temor, compartido ahora por mí en mi rol de madre, era la intranquilidad de no saber cuál iba a ser mi devenir. ¡Cosas de madres!
Hoy no acudiré a verla, porque a una madre, al igual que a cualquier persona a la que realmente quieras en este o en otro mundo, no se la va a ver en una fecha señalada, porque el día lo marca algo interno que no entiende de calendarios de los meros mortales, finitos y carentes de importancia real.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.