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El pasado viernes desayunamos con la noticia de que en un grupo de WhatsApp unos chicos habían hecho comentarios de índole sexual sobre las alumnas de nuevo ingreso del Grado en Magisterio de nuestra universidad pública. Pronto la noticia se hizo viral y la ciudadanía ... dictó su particular sentencia en contra de este comportamiento. No seré quien aplauda los comentarios vertidos –creo que el verbo es adecuado–, sin embargo, tampoco seré quien haga un juicio rápido. Les explicaré mis razones.
Lo primero que me hizo pararme a pensar es la rapidez en la que la opinión pública dio a conocer el argumentario que deberíamos tener y defender. Cuanto más rápido es el pronunciamiento, más tiempo dedico a crearme un criterio propio. En segundo lugar, toparme con grandes frases del estilo «luego nos alarmamos con lo de Rubiales», hizo que siguiera pensando: «¿Qué habrán dicho para compararlo con una agresión física de un jefe a una empleada?». Los titulares de los medios de comunicación repitiendo uno o dos comentarios de los hallados en ese grupo, me animaron a seguir haciéndome preguntas: ¿cuántos alumnos y cuántos comentarios han sido?. Más fueron las reflexiones, pero poco es el espacio del que dispongo.
Al informarme sobre el asunto pude comprobar que, más allá de la falta de clase y estilo como elemento común en todas sus valoraciones, había variedad de comentarios. Podemos encontrar frases que, aun siendo poco afortunadas, cualquiera podríamos haber verbalizado de algún compañero o compañera, en función de nuestras preferencias sexuales, y que más allá de la torpeza de hacerlas en un grupo de casi 200 personas, yo, personalmente, no les veo más recorrido. Sin embargo, es cierto que hay algunos comentarios que merecen más sosiego a la hora de valorarlos, tal y como va a hacer la Universidad de La Rioja, proceso del que no me pronunciaré por respeto al procedimiento y a la institución a la que pertenezco.
En cambio, hay otra serie de cuestiones que sí quiero compartir ¿A partir de qué número de integrantes lo que se diga en un grupo es motivo de escarnio público? ¿El problema es lo que se dice, dónde se dice o cuánta gente lo escucha? ¿En qué momento la sociedad ha decidido meterlo todo en un mismo saco sin pararse a discernir entre niveles de gravedad? Que algo esté mal, sea carente de estilo, sea desagradable de escuchar y de aceptar ¿Lo convierte en algo punible? ¿La libertad de expresión tiene límites en lo socialmente aceptado? En un primer momento se dijo que eran alumnos de Magisterio, luego se desmintió esa afirmación. En cualquiera de los casos, ¿no fueron ellos, primero, alumnos de otros? Estos chicos, que tienen mucho sobre lo que reflexionar, ¿no son también víctimas del sistema del que forman parte? Estos jóvenes de 18 y 19 años son hijos de nuestra sociedad así que... ¿El problema son ellos o son el reflejo en el que nos avergüenza reconocernos? Cualquiera que sea la respuesta a mis múltiples preguntas, me niego a renunciar a que cada ciudadano, incluidos ellos, tengamos el derecho a ser idiotas.
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