Tengo la suerte de contar con amigos de los que te dicen las verdades a la cara y te ponen enfrente del espejo para que no puedas esconderte de ti misma. De esos que te dan su opinión cuando se la pides y no te ... dicen aquello que quieres escuchar, aunque casi siempre sea más cómodo para el ego. Porque, ¿para qué negarlo?, a veces preguntamos para ser respondidos con lo que consideramos nuestra verdad, pero desde las cuerdas vocales de otra persona, que siempre da más empaque a nuestras decisiones. Vamos, que he acertado en la familia elegida que son para mí mis amistades. Entre ellas está una persona que reiteradamente me ha cuestionado el título de este espacio de opinión '¿Debatimos?'. Su crítica gira alrededor de los temas que desarrollo. Desde su punto de vista son tan comunes a la existencia del ser humano que no son objeto de debate, es decir, que con un título así es más esperable asuntos más de crítica política, actualidad, entre otros.

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Esos pensamientos que ha compartido conmigo a tenor de varias columnas ha hecho que lleve meses reflexionando sobre un tema. ¿En qué momento debatir se ha ceñido exclusivamente a temas que previsiblemente son broncos y dicotómicos donde no asumimos la posibilidad de la existencia de una escala de grises para llegar a puntos de entendimiento? Este espacio de opinión ¿debería ceñirse a comentar la última ocurrencia de Pedro Sánchez o de cualquier otro político de la esfera nacional o regional? ¿Sería mejor, por poner un ejemplo, hablar sobre la relación de amor/odio entre los Fondos Europeos y el alcalde de Logroño? Quizás sea lo que se espera, pero no es de lo que quiero hablar. En una sociedad constantemente polarizada, en la que solo asumimos en la intimidad, como Aznar con el catalán, que el de enfrente puede llevar razón ¿de qué sirve dar yo mi opinión más allá de para crearme afines y detractores por simplemente dar mi opinión? En este punto, considero que tengo varias opciones. Puedo pasar de lo que me dice mi amigo. Otra opción es hablar de lo que se espera, pero paseándome de puntillas. Pero eso sería faltarle al respeto al espacio en sí mismo. Si opinas, opinas, te mojas, salpicas desde el respeto y asumes tus palabras. Por lo que veo un último camino que me servirá como reflexión final.

Seguiré por mi senda de opinión en la que hablaré de temas humanos, de asuntos en los que cualquiera se puede sentir identificado. Porque escribo de tal manera que hablando de mi evito los suficientes detalles como para que mis pensamientos sean los suyos, respetado lector, y que, teniendo vidas diferentes, nos sintamos unidos por unas líneas. A veces, hablaré de mi maternidad, otras de cultura, algunas de mis avatares personales, otras sobre los temas esperados... Y me pregunto ¿no son esas las conversaciones que tenemos en cualquier noche de verano? Hablamos de todo y de nada con la trascendencia que tiene arreglar el mundo tomándose un cacharro con un amigo, darse un abrazo al despedirse y confiar en que no tardemos mucho en vernos. Pues de eso se habla en esta columna: De todo y de nada.

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