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Volverán las oscuras golondrinas y con ellas un nuevo calendario cuyas hojas inician su vuelo, en su particular distribución del tiempo. Porque no siempre los años empiezan en enero. Todo depende de cuándo empieces a contar y cuál sea el objetivo marcado como propósito de ... año nuevo, o de verano, o de quién sabe qué. Y es así como ponemos orden a la incertidumbre que supone esto a lo que llaman vida. Ciclos de toda naturaleza marcan el ritmo y el compás del día a día. Ya que, sin acotar el tiempo, éste parece incontrolable y eso nos pone nerviosos, tensos, iracundos. Y no nos gusta. Nos complace el control disfrazado de falsa conformidad que nos permite parecer como si no sucediera nada y como si nada nos importara, cuando todo nos hace mella.
Y yo, al menos, que vivo colgada en puntos suspensivos, parada en un cruce de caminos, como si el cuento no cambiara de página y siempre estuviera en un perpetuo continuará, me pregunto por qué será que nunca termino de sentirme plena. ¿Qué es lo que no funciona en nuestro interior para ser incapaces, en muchos casos, de disfrutar de la paz que se alcanza ante el objetivo cumplido o la tarea bien hecha? Quizás el sentimiento interno de no querer fallar, pero ¿a quién? No miento si digo que pienso que antes a la gente le hacía falta cualquier detalle para ser feliz. Todo era una buena excusa para ello. Ahora, la falta de cualquier ínfima ausencia es suficiente para sentirnos profundamente desgraciados. Y no considero que antaño fuera por conformismo, sino debido a que la realidad era tan dura que no se desperdiciaba la oportunidad de ser feliz. En cambio, ahora, parece que vivimos en una historia interminable que no nos permite parar a disfrutar de lo que ya logramos antes de iniciar una nueva aventura. Porque nos han adoctrinado con que la rueda no puede dejar de girar. Pero, ¿y si pudiéramos? En la actualidad, de este modo, se ha convertido en antisistema aquello que hace unas décadas era simplemente la vida. Pagar con las monedas que tenemos en el bolsillo, salir a pasear y a pensar, disfrutar de la sonrisa de un niño o de la belleza de un amanecer...Eso, amigos, ni la banca ni el mercado te lo pueden ofrecer.
Y así vivía. En un estado de constante disconformidad sin que pasaran dos días sin una queja nueva. Siempre algo podía mejorarse, cambiarse, perderse... En cualquiera de las circunstancias una sombra acechaba para enturbiar la dicha momentáneamente vivida. Sin embargo, hablo en pretérito porque los ciclos cambian, terminan y dan comienzo a nuevas historias. Hay un día, nunca se sabe cuándo, que algo hace clic y tu mirada cambia. Y ya no te preocupa el mañana sino el disfrutar del hoy, que es lo único que tenemos delante de nosotros. Y, en mi caso, con una sonrisa infinita e inocente que me despierta cada mañana con la ilusión de no saber lo que le deparará la vida y con la alegría de tener todo lo que necesita nada más abrir los ojos. ¿Quién debería aprender de quién?
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