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Las fiestas de Navidad tienen el santo poder de poner encima de la mesa las cuestiones pendientes acumuladas a lo largo de los años. Los comensales se posicionan preparados para evitar todos aquellos temas polémicos que es mejor no comentar entre mariscos varios. Porque, en ... estas fechas, hay que quedarse con lo bueno y hacer como que no existe la incomodidad de las enquistadas batallas familiares. Y es así como durante estas semanas todos queremos volver a nuestra infancia, al recuerdo de unos tiempos mejores donde, no es que no ocurrieran cosas, si no que ante los ojos de los niños todo estaba bien y la felicidad no tenía límites. Lo imposible era viable, los Reyes Magos todo lo veían y por eso había que comportarse de manera ejemplar. Los adultos paraban sus relojes para jugar contigo, los planes divertidos parecían no terminar y tú parecías el centro de todo. Nuestros recuerdos son los de una casa con olor desde primera hora de la mañana a comida de esa que no catas durante el resto del año: tartas, entrantes, caldos, pescados o corderos cocinados con el esmero de la ilusión de que todos puedan deleitarse con su plato preferido. Adultos sonrientes alrededor de ti que dejaban sus ocupaciones para dedicar tiempo a lo importante, la familia.
Sin embargo, los tiempos cambian y ahora cada vez los adultos alargan más las hora en los bares y retrasan la llegada al hogar donde están los verdaderos protagonistas, los más pequeños de las casas. Sus sonrisas envuelven las estancias de una atmósfera mágica que parece capaz de conseguirlo casi todo. Porque claro está que si juntas a personas que no se entienden y las riegas con los mejores vinos que les puedes ofrecer hay altas probabilidades de que alguien haga la pregunta incorrecta o dé la respuesta no adecuada. Pero bueno, eso entra dentro de lo esperado y se echa de menos cuando no ocurre porque ya forman parte de la tradición. Ya saben, esos hechos que a base de ocurrir cada año hacen que los implicados necesiten de su repetición para poder decir «¡Qué buenas Navidades!».
En cambio, hay hechos que por mucho que se repitan anualmente no dejan de doler independiente de que la familia se reúna o no. Estas fiestas mutan de significado en el momento en el que alrededor de la mesa existen ausencias significativas. Porque en este viaje a la infancia se hace más patente quienes nunca volverán. Su marcha convive contigo a lo largo de todo el calendario, pero en estos días los recuerdos se acumulan porque tus Navidades eran ellos. Lo que viviste y ya no volverá a suceder. Los nuevos integrantes de la familia que nunca les podrán conocer. Porque más allá de las comidas abundantes y días consecutivos de fiesta, esta celebración pone negro sobre blanco a lo que dimos y damos importancia. Un abrazo a esa persona en la que estén pensando es lo que pedimos todos los años en nuestra carta a los Reyes Magos. Unos segundos de volver a sentir aquello que te inundaba y que no sabías que necesitabas hasta que se terminó. Es por ello por lo que les deseo que disfruten de la compañía mutua, de las frases aparentemente sin sentido, de esas tradiciones que no se sienten como tales hasta que un día ya no ocurren más. Quiéranse y regálense tiempo que es el mejor regalo que siempre quisimos recibir.
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