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Las fiestas de Navidad tienen el santo poder de poner encima de la mesa las cuestiones pendientes acumuladas a lo largo de los años. Los comensales se posicionan preparados para evitar todos aquellos temas polémicos que es mejor no comentar entre mariscos varios. Porque, en ... estas fechas, hay que quedarse con lo bueno y hacer como que no existe la incomodidad de las enquistadas batallas familiares. Y es así como durante estas semanas todos queremos volver a nuestra infancia, al recuerdo de unos tiempos mejores donde, no es que no ocurrieran cosas, si no que ante los ojos de los niños todo estaba bien y la felicidad no tenía límites. Lo imposible era viable, los Reyes Magos todo lo veían y por eso había que comportarse de manera ejemplar. Los adultos paraban sus relojes para jugar contigo, los planes divertidos parecían no terminar y tú parecías el centro de todo. Nuestros recuerdos son los de una casa con olor desde primera hora de la mañana a comida de esa que no catas durante el resto del año: tartas, entrantes, caldos, pescados o corderos cocinados con el esmero de la ilusión de que todos puedan deleitarse con su plato preferido. Adultos sonrientes alrededor de ti que dejaban sus ocupaciones para dedicar tiempo a lo importante, la familia.

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