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Hace unas semanas se cumplió el aniversario del estado de alarma. Dentro de unos años nos preguntarán: ¿te acuerdas qué estabas haciendo? Nos unió a la sociedad un sentimiento de miedo colectivo que nos hizo creer que éramos una sola persona y que cuidarnos suponía ... un acto altruista.
Aún nadie sabe cuánto nos ha cambiado la vida, pero un eco resuena en nuestro interior: nos han quitado la libertad. Hemos escuchado hablar de su robo en nuestros grupos sociales o en boca de representantes políticos. Así han sido estos dos años, distintos en los matices, similares en lo fundamental. Pero, ¿de verdad nos han quitado la libertad? Y de ser así, ¿qué libertad nos ha sido hurtada? No voy a caer en la tentación de hacer comparativas con otros tiempos donde la libertad era delito y obedecer era casi la única alternativa. Esos argumentos se los dejo a la clase política que es tendente a hacer discursos dicotómicos respecto al contrario y carentes de motivación para cualquier mente crítica.
Me planteo el siguiente debate: ¿qué supone ser libre? ¿Soy presa de un sistema que me limita? ¿Mi alienación me impide escuchar mis cadenas? Considero, asumiendo mi error más que probable, que la libertad no supone hacer lo que a una le convenga. Que hacer y deshacer a mi antojo no es una capacidad asumible en una sociedad en la que debo convivir. Ello, claro está, si partimos de la premisa de que para que mi libertad sea efectiva en sociedad no debe vulnerar la del resto. Es evidente que alguna vez no estaré de acuerdo con lo que se promulgue. Pero mi pensamiento formado me da la capacidad de revelarme por los cauces que mi sociedad me confiere. Esta capacidad democrática de pensar sin temor a represalias, ¿no es esa la verdadera libertad? Vivir en sociedad nos limita, pero es una limitación libremente autoimpuesta.
Algunos pensarán que la capacidad de pensamiento crítico no puede verse reducida. Otros sostendrán todo lo contrario. Igual alguien se encuentra en una postura intermedia. Yo, lo que sé es que me da miedo a dónde estamos yendo. Mi temor es humanístico y poco prosaico. Tengo pánico a que a las nuevas generaciones se les limiten sus oportunidades de aprender a pensar, de plantearse dilemas, de entender lo poliédrica que es la realidad. Me da pavor que sus referentes morales defiendan posturas en función de algún tipo de rédito electoral, económico o de cualquier índole y, al mismo tiempo, se borre el pensamiento filosófico de las aulas, al menos en la etapa obligatoria. Quizás el objetivo sea que dejemos de ser comunidad, si alguna vez lo fuimos, y nos convirtamos en un conjunto de seres que, sin capacidad de platearse preguntas acerca del bien, seamos más permeables al mal. Quizás no es que estuviéramos faltos de libertad, si no que era la libertad la que andaba carente de una sociedad crítica que supiera valorarla ¿Y si con la limitación de la Filosofía del currículo vamos a convertirnos, al fin, en una sociedad menos libre?
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