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Las recientes noticias sobre la detención de una eurodiputada griega por haber aceptado sobornos de Qatar han supuesto un duro golpe para mi autoestima. Debo confesarles que llevo casi un mes en el emirato, escribiendo cosillas sobre el Mundial del fútbol y las costumbres del ... país, y a mí todavía no se ha dirigido ningún jeque con un fajito de dinares para comprarme. En cuanto veo a alguno con túnica blanca, cochazo y pinta de manejar la llave del gas, me hago el encontradizo, pero me miran por encima del hombro y eso que llevo la acreditación de periodista colgando. Solo caben dos opciones: o me ven cara de poseer los más altos valores morales o piensan que no valgo ni como líder de opinión y que no merece la pena gastarse el dinero en medianías como yo.
Para evitar malentendidos, aprovecho esta columna para proclamar que mis valores morales son normalitos y que de todo se puede hablar. La ventaja que tenemos los pobres, de cara a los sobornos, es que salimos más baratos y somos más agradecidos que los ricos. Por uno como Xavi te compras cien como yo, emir, así de claro te lo digo, con la ventaja añadida de que un servidor sabe hacer metáforas y a Xavi, en cuanto lo sacas del fútbol, se le enredan las palabras. Hay que darse prisa, eso sí, porque me vuelvo a casa en una semana. Si llegamos a un acuerdo, emircito mío, tengo previsto invertir parte del dinero en una noble causa, tal vez la independencia de La Rioja o la apertura inmediata de embajadas de mi pueblo en sendos casoplones de París, Nueva York y Roma, de manera que nadie me pueda acusar de malversador y todos reconozcan con asombro mis augustos ideales políticos.
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