Hacer una mudanza es meterse a uno mismo en cajas para llevarse en procesión desde el pasado al futuro con parada en un trastero nuevo, vacío, luminoso y hambriento de cachivaches. Las empresas que las hacen deberían rotular sus furgonetas en tamaño gigantesco: «Se hacen ... mudanzas y se dan ánimos», porque el que abandona la casa vive esos días desquiciado. Lo estoy padeciendo yo y esto debería estar prohibido por el médico de cabecera, no compensa. He tenido ganas de tirarlo todo al contenedor como un insensato, sin saber si la caja de cartón que va para la basura está llena de camisetas de propaganda o contiene el reloj de bolsillo y los gemelos de oro del abuelo.
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Las mejores mudanzas son las que se hacen sin moverse, como Viñedos de Álava que se van y permanecen en uno de esos fraudes prodigiosos a los que es tan aficionado el nacionalismo vasco. El resto son un suplicio y te ves por unos días como los protagonistas de Walking Dead, con la casa a cuestas y la mirada perdida en algún lugar de la pared. El otro día entré al piso que estoy vaciando y encontré bajo la puerta el cartón ese para anotar el consumo de agua. Ya no tenía ni bolígrafos ni lápices para escribir y no encontraba el móvil para hacer una foto al contador, así que por la noche me inventé unos números preciosos e indiscutibles y los apunté con convicción de notario, no sé en qué acabará la cosa.
Tengo un sembrado con montañitas de libros plantados por todas partes y no sé qué hacer con ellos. Unos pocos los voy a conservar, pero otros no los voy a leer nunca y pienso en donarlos a una ONG, regalárselos a alguien o tirarlos directamente por la ventana, pero no lo hago porque muchos están firmados por sus autores y eso me ata para siempre a ellos; irán conmigo como un castigo igual que la roca que Sísifo subía y subía por la montaña. Llevo días de rodillas abriendo cajones y metiendo mi vida en maletas. Eso te enfrenta al paso del tiempo y la nostalgia te cae encima como polvo nuclear. Una tarde salió de algún sitio un tomo entero con cómics de Astérix y Obélix y me tumbé en el suelo a leerlo hasta el final. Así no se puede.
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