Lo auténtico siempre seduce más que lo simulado. La naturalidad de la franqueza no precisa de adornos, se entiende a la primera. La hipocresía puede ser exitosa un tiempo pero al final decepciona sin remedio. Estos días, la sinceridad de la canciller Angela Merkel, su ... emotividad espontánea, compartiendo con los ciudadanos que 600 muertos al mes es un precio demasiado alto para su país en esta crisis pandémica ha dado la vuelta al mundo. ¿Por qué sorprende algo tan humano? Creo que simplemente porque no es fingido. En tiempos de impostura hasta la sinceridad parece un atrevimiento.
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Casado imaginando que se parece a Merkel se la pone de ejemplo a Sánchez. Ya saben, la paja en el ojo ajeno. Hoy toda expresión es calculada, adrede se eligen palabras huecas, el momento en el que se dirán, la precisión de la entonación o la dimensión del insulto. Una amplia nómina de asesores de imagen pueblan los gabinetes de nuestros políticos, sus guiones se declaman después con más o menos oficio. Desde los cuarteles generales de los partidos se envían cada día los argumentos que se repiten disciplinadamente, como los romanos acuñando monedas. Cada ceca tiene sus propios sellos para que nadie confunda el producto que vende, el bien común envuelto en el celofán del cinismo.
Está visto y comprobado que ni la vieja ni la nueva política se alejan del cliché de aparentar, ya saben antes muertos que sencillos. Busque cada uno su propio ejemplo, una vez elegidos o nombrados para un cargo público se envuelven con la capa de ciencia infusa, como si fueran supermanes de la política. De pronto, personas de cuyas capacidades jamás tuvieron noticia ni en su propia familia, aparecen en la tele o en el periódico colmados de sabiduría en todas las disciplinas. Se echa en falta a los viejos y apasionados líderes históricos que desprovistos de asesores de imagen forjaban la frescura de sus discursos en las viejas Cortes del pasado siglo.
Estos días, el filósofo Manuel Cruz rescató una frase de Jordi Sevilla que ha hecho fortuna en radiopatio. A su parecer, «antes se entraba en política para hacer algo, y ahora se entra para ser alguien». No es bueno generalizar, pero algo de eso hay. No es extraño que en el ruedo ibérico sorprenda la autenticidad de Angela Merkel. Se esté o no en su órbita política, hay que reconocerle que procesa en su cerebro lo que lleva a su corazón y luego a la palabra. No es la primera vez que sorprende, ya lo hizo advirtiendo del riesgo de la ultraderecha cuando niega la libertad de la que disfrutan. El aplauso a Merkel demuestra lo ansiosos que estamos de que nuestros representantes piensen lo que dicen, digan lo que piensan y expliquen lo que sienten. La sinceridad en política no es tan peligrosa como la impostura de la trinchera y el teatrillo en el que habitan.
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