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La historia del sonajero encontrado en una fosa junto a los restos de una mujer fusilada por las tropas de Franco reúne, en su infinita tristeza, todos los elementos para conformar el relato perfecto. Ocurre porque el objeto, el sonajero devuelto al niño huérfano -convertido ... ya en un anciano de 83 años- cierra el círculo del tiempo y hace tangible la crónica.
Ha ocurrido muchas veces, porque las historias requieren de piezas físicas, cosas concretas que les den cuerpo y sentido. En 2015 un naufragio de inmigrantes en Libia dejó una playa repleta de cadáveres. En el cuerpo más pequeño, en el bolsillo interior de la chaqueta encontraron un papel plastificado. En él se podía leer 'Bulletin scolaire'; eran las calificaciones que aquel niño de Malí había obtenido durante el curso. Nadie sabe por qué ese chiquillo ahogado a los 14 años llevaba sus buenas notas cosidas a la ropa. Seguramente pensaba que serían una garantía, una prueba de su inteligencia y de su responsabilidad, un salvoconducto para su nueva vida en Europa. Todo esto lo cuenta y se lo pregunta la forense y antropóloga Cristina Cattaneo en el libro 'Náufragos sin rostro'.
'El Señor de los Anillos' necesita un anillo único, 'Ciudadano Kane', un trineo, 'El Gran Lebowsky' una alfombra e 'Indiana Jones', el Arca de la Alianza. Las mejores historias, incluso las de ficción, necesitan objetos que les den sentido, aunque sea un sentido trágico como suele ocurrir en la vida real. El sonajero de Martín y las notas plastificadas del niño ahogado cuyo nombre nunca conoceremos son lo mismo que los cientos de zapatos apilados en el campo de concentración nazi de Majdanek. Pares y pares de zapatos contando historias distintas y que siempre son la misma, y por eso los exponen en el memorial en el que se convirtió el lugar.
Igual que ese sonajero han aparecido innumerables objetos por las cunetas de España, muchos rosarios, por cierto, en Paracuellos del Jarama. Pero a la mayoría los fusilaron sin nada más que sus ropas, como a mi bisabuelo Jesús que reposa en La Barranca. Todos ellos merecen también dignidad y memoria. Todos. Los que no dejaron sonajeros ni crucifijos, solo lágrimas en una alcoba y huesos en una zanja.
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