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El silencio es, a veces, más perturbador que las palabras. Llevo toda la semana preguntándome qué hubiera pasado en España si un presidente en ejercicio resultara perdedor de las elecciones y guardara un silencio cobarde, calculado y táctico para no reconocer su derrota. La actitud ... de Bolsonaro tras las elecciones de Brasil es vergonzosa e inquietante para cualquier demócrata. Claro que ver a una diputada perseguir a punta de pistola a un ciudadano hasta acorralarlo en un bar porque dice que la molestó verbalmente no solo pone los pelos de punta sino que es un síntoma de una enfermedad que germina entre el odio y la intolerancia. Cultivar el enfrentamiento y el insulto hacia el adversario solo puede traer disgustos. Auspiciarlos desde el poder y desde la política es un riesgo que dinamita las instituciones y la convivencia pacífica. Con su silencio ha dado alas a tumultos y enfrentamientos callejeros. En España, no hemos llegado a tanto pero ya no hay límites a la agresión verbal en los parlamentos. Se insulta gravemente como si fuera lo más normal del mundo. Lo ha hecho el vicepresidente de Castilla y León, García Gallardo, llamando «líder de una banda criminal» a Pedro Sánchez mientras el resto de diputados coaligados con él miran al techo como si no hubieran escuchado nada. A mí estas cosas no me dan risa sino miedo.

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