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Hay pocas cosas tan definitorias de una persona como ver quién las critica. Algunos enemigos son una medalla, más que un problema: conseguir, por ejemplo, que Donald Trump te ponga verde es como para escribirlo en el currículum. Y si lo hace un par de ... veces es que algo realmente bueno tienes que estar haciendo.
Algo así me pasa con Greta Thumberg. La chica sueca tiene una virtud apasionante: conseguir que la pongan de vuelta y media los indeseables. A ver, no se me reboten. que no digo que la muchacha sea Santa Bernardette ni que todo el que no esté dispuesto a subirse al catamarán sea un rabolechón. Lo que digo es que algo tiene la chiquilla que motiva, por ejemplo, que a todo el rancierío machista español le salga espuma por la boca. Y eso que no la entienden cuando habla.
La chica ha conseguido algo muy complicado: ponerle una cara a esto del cambio climático. Y como es una cara que además habla, y que suelta una verdad como un templo (a saber, que o dejamos de hacer las cosas como hasta ahora, o simplemente dejaremos de hacer cosas) quienes apuestan siempre contra cualquier tipo de progreso le dan vueltas a la maquinita de insultar.
Ojalá Greta tenga un buen viaje de vuelta al anonimato, y ojalá su periplo haya dejado alguna siembra. Porque nos hace falta. Hay por ahí un buen montón de gente que ha entendido que tenemos un problema grave; pero también, ay, queda una banda de recalcitrantes que, contra toda evidencia y contra toda lógica, siguen viendo en este tema no se qué politiquería barata. O, como ayer la presidenta de Madrid, alimentando teorías de la conspiración chungas.
Ojalá muchas Gretas, en fin. Y que rabien.
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