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Junio es el mes de las soleadas jornadas perfectas para los reencuentros. Una conversación con un buen amigo, paseos al atardecer por los parques, una ruta en moto por la nacional o la lectura con el aire fresco entre las hojas y los pensamientos.
Sin ... embargo, con junio también termina la temporada del Bretón. El telón baja y la cuarta pared se desvanece ante el patio de butacas dejando al silencio como guardador que velará por todo lo que allí acontece. Las risas, los llantos, los corazones encogidos se quedarán suspendidos como partículas de polvo durante la época estival.
¿Han tenido el privilegio de estar en una sala con no más compañía que el silencio? Un escalofrío me recorre al evocar esa sensación que traspasa la piel de una amante del teatro como soy yo. Mayorga, en la obra titulada 'Silencio', protagonizada por una magistral Portillo, ya dice que es el elemento que hace corpóreo al lenguaje, que le da volumen, movimiento. Paradójico que la ausencia de lo dicho es aquello que viste a las almas desnudándose ante la platea.
Disfrutar de una obra supone vivir cada palabra pronunciada y no dicha, cada mirada entre los que están encima de las tablas, cada luz, cada oscuro, cada movimiento, cada gesto. Supone ser un personaje más del elenco, ya que el público es el último eslabón para que la obra sea perfecta. Dejarte llevar por donde la compañía quiera hacerte viajar es preciso para que el teatro haga su magia. Difuminar la cuarta pared para compungirte con quien sufre, emocionarte con quien se enamora, enervarte con quien exige venganza, enquistarte contigo misma ante la injusticia, abrirte a comprender las razones de los personajes cruentos, entender que siempre hay una razón detrás de cada acto.
El teatro es un trabajo generoso de apertura sensorial, un ejercicio de empatía ante lo que se muestra y un ejemplo de valentía de quienes permiten que les roce en su interior. El teatro hace verte reflejada en tu conciencia, ser quien dicte sentencia de tus actos, entender a quién amas en la oscuridad de la sala, te incomoda y te hace removerte en la butaca ante la visión de planteamientos con los que estás frontalmente en contra, pero que, de pronto, alguien muestra con una luz nítida que te impide no mirar y pensar ¿estaré equivocada? Y es que, si eso no sucede, no es teatro. Abrirte a la posibilidad de estar errada, es una operación que te permite avanzar en el sueño que es la vida. Y ya se sabe que la vida –o el teatro– «es una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».
Así que háganse un favor, permítanse vivir soñando en una sala. Acudan a los teatros, concedan a sus mentes volar libres allá donde vayan a estar incomodas para que puedan avanzar. Siempre nos quedará el teatro. La cultura será nuestro refugio. El verano pasará y podremos volver a sentir esa mano invisible que recorre nuestro cuerpo y nos atraviesa en cada función.
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