Secciones
Servicios
Destacamos
Allega el camarero el cortadito hasta la mesa, saluda a la pareja de clientes y se detiene unos segundos en el más venerable: «Su café, señor alcalde». Y Tomás Santos sonríe, con esa sonrisa suya tan particular, esa sonrisa hacia adentro: «Me siguen llamando ... alcalde». La escena se repite con cualquiera de quienes ayer compartieron mesa y reflexiones en el salón de retratos del Ayuntamiento. Aunque hayan pasado los años, y aunque como en el caso de Santos su Alcaldía durase apenas un suspiro en términos históricos (un único mandato), a todos ellos les siguen llamando alcaldes. Natural que así denominen por lo tanto a quien aún ejerce hoy esa condición en Logroño, su alcaldesa Cuca Gamarra. La primera mujer en desempeñar tal honor. Pero recuerdo que incluso a Narciso San Baldomero, pese a que lo fue en tiempos de la ignominiosa, avanzada la democracia todavía le paraban por la Gran Vía y así se dirigían a él: «Buenos días, alcalde».
Quiere decirse que el cargo hace a la persona. Que la conclusión central que puede extraerse de estos cuarenta años de ayuntamientos democráticos que se conmemoraron ayer debería reflejar el peso del municipalismo en la política española. Una influencia benéfica. España ha cambiado del dictador a esta parte, pero sobre todo han cambiado sus ciudades y sus pueblos. Sus municipios, que fueron los primeros en abrazar la ola de renovación que traía el constitucionalismo a la vida pública española. Y no por casualidad muchos de aquellos primeros alcaldes democráticos contribuyeron a forjar un linaje de alta densidad democrática a la estela de sus trayectorias. Algunos llegaron a ministros. Otros fueron tal vez monarcas en sus calles, como quería el clásico: los mejores alcaldes son nuestros genuinos reyes.
La Administración local es cuna de buenos dirigentes porque en esos despachos sí que puede entrar el vecino. Porque entra sin llamar. Y entra también al cuerpo a cuerpo cuando tropieza con sus munícipes cruzando un semáforo o tomando el aperitivo. Los logroñeses se dirigen a ellos, según tengo observado, con naturalidad pero con respeto. Les piden lo posible y lo imposible. Les hablan de tú en cuanto les apean del tratamiento, que suele ser en cuanto surge la anécdota familiar o ese chascarrillo compartido: imposible no conocer en Logroño a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien. Lo cual genera alguna incomodidad pero prevalece su opuesto: someterse a esta terapia de cercanía vecinal debería ser obligatorio para quienes pretenden alcanzar otro estatus en la política. Viendo lo que ven nuestros asombrados ojos cada día, el debate de vuelo gallináceo que ha conquistado la precampaña y dominará luego la campaña, cabe preguntarse si no sería obligatorio exigir a quien desee desembarcar en el banco azul del Congreso un servicio previo: cuatro años al frente de un ayuntamiento. Sabrían entonces los aspirantes a Moncloa qué se siente siendo alcalde. Y sabrían también que, como Sainz, Bermejo, Revuelta, Santos y Gamarra, siempre lo serán.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.