SEXUALIDAD

Determinadas ideologías dominantes durante siglos nos han impuesto ese pudor ridículo, esas prohibiciones pseudomorales, que ahora empezamos a sacudirnos. Por lo pronto, no estaría de más que se llamara a las cosas por su nombre. Ganaríamos en claridad.

Igual que se ofrece educación en Lengua, Matemáticas, Inglés o Ciencias Sociales, la educación en Sexualidad (con mayúscula) debería contar con la misma normalización. Debería hablarse sin tapujos de qué es la Sexualidad, para qué sirve en el desarrollo personal de cada individuo y qué funciones sociales aporta. Que las hay. Y muchas. Pero no, es mejor enredarse en polémicas sucias, embarradas, de querellas y de mandatos judiciales. Sale mediática y políticamente más rentable.

La sexualidad, la que sea, es parte inalienable de la persona. Por eso, no vale que cualquiera (me da igual si está a favor o en contra de no sé muy bien qué) que quiera sus quince minutos de gloria en los Telediarios se apunte tantos a costa de algo tan intrínseco a nuestra especie, tan humano.

Por eso, en todo este rollo del pin parental, echo en falta que alguien explicara no por qué hay que educar en diversidad sexual a nuestros hijos. Eso lo tengo claro. Allá el que no. Sino que detallara sin tapujos el contenido real de las charlas. Hubiera desinflado el asunto a la primera. Y a otra cosa.