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Arrancaba el pleno cuando, por una irónica coincidencia, un colega de la prensa madrileña, célebre estos días por su atinada cobertura del avance estadístico de la pandemia, se interesaba por teléfono a cuenta de la sorprendente decisión adoptada esta semana por el Gobierno de La ... Rioja de limitar buena parte de la información al respecto. Unos minutos después, Concha Andreu pronunciaba la palabra transparencia, que le valía para describir a su interesado estilo la gestión de la crisis. Es lo bueno de hacer política: quienes se desempeñan en ese noble cometido se proveen de una armadura a modo de coraza que ayuda a negar la realidad. Recurren a ella también como parapeto para sortear compromisos como el de este jueves: una dosis de palabrería que a nada compromete, cuarto y mitad de topicazos (la herencia recibida, el invitado inevitable de cada debate) y un par de promesas menos etéreas que la verborrea de rigor que esperaban al final de la intervención, cuando llega ese momento temible y sus señorías no solo miran obsesivamente el reloj: algunos asistentes también lo agitan junto su oído para comprobar que funciona. Y en efecto, funcionaba: dos horas y 12 minutos desde el atril para despachar 45 folios, a razón de ocho interrupciones por aplausos, cuyo mérito principal consistió en sacar del sopor a quienes coqueteaban con Morfeo.
Se incluyen entre esas descargas de ovaciones tanto la final, que obligó a la presidenta del Gobierno a ponerse en pie desde el escaño y saludar a los suyos (la clase de escenas que algún rubor ajeno aseguran), como la inicial, cuando se sumó el Parlamento entero para honrar a las 365 víctimas que ha dejado el virus en La Rioja. Fin de la unanimidad. Como se deducía de los prolegómenos a la sesión, pródigos en divisiones, el consenso es una especie en extinción entre la clase política riojana, feliz en el fango desde hace un cuarto de siglo. Ni siquiera en medio del feroz seísmo sanitario adelgazan las diferencias entre Gobierno y oposición, como se apresuraron a recordar sus portavoces por los pasillos del Parlamento recién concluido el pleno. Un aperitivo de lo que aguarda este viernes. Una triste versión de las dos Españas, adaptada a la escala riojana.
El eterno retorno, en fin, que colonizaba las páginas del discurso de Andreu según una lógica difícil de entender, explicable sólo en función de la exagerada longitud de su intervención: con algo había que rellenar esas dos horas largas. Por ejemplo, acudiendo a la letra pequeña de la administración gubernamental (y alardear por lo tanto del eficaz combate en la detección y control de fugas de agua, nada menos). Otro ejemplo: no hay mensaje presidencial en semejante tesitura que evite la tentación de abandonarse a las citas. Este jueves fue el turno de Obama y de Aristóteles, aunque de tapadillo se filtró (otra fuga) un guiño de Andreu a su idolatrado Pedro Sánchez, con quien comparte afición por los proverbios chinos, los vientos y los molinos. Cursiladas al margen, el discurso dejó un momento propicio para los expertos en semiótica cuando Andreu personificó en su consejera de Salud el sentido (y merecido) reconocimiento a quienes se han empleado contra el virus. «Gracias, Sara».
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Pero entonces nadie aplaudió. Ni siquiera los compañeros de Sara (Alba), concentrados en la evaluación del amenazante entorno que se avecina para sus respectivas carteras. Analizando tal vez cuanto la ciencia económica dicta a propósito del llamado sesgo de supervivencia, concepto puesto de actualidad por la pandemia. En plena II Guerra Mundial, el matemático húngaro Abraham Wald, que había huido a Estados Unidos, recibió un encargo del Ejército norteamericano: sus jefes habían estudiado los puntos débiles de sus aviones en función de las partes más golpeadas por el enemigo y le hicieron llegar un gráfico reclamando del científico que aplicara un análisis estadístico para reforzar la seguridad de la flota. Pero Wald replicó con una observación de puro sentido común: el gráfico había que interpretarlo justo al revés. Porque la muestra se limitaba al total de aviones que habían sobrevivido a sus misiones, ignorando los derribados. Los que no volvieron a casa. Moraleja. En situaciones de crisis, los supervivientes reclaman una atención superior. Y el análisis económico, la siguiente pantalla donde ingresa ahora la estrategia riojana frente al virus, tendrá que centrarse en ellos para procurar esa prometida sanación que no dejará a nadie atrás. Para que dentro de un año, Andreu pueda dirigirse a su responsable económico en estos términos: «Gracias, José Ignacio».
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