Los que tienen que servir

Con un palmarés envidiable, entre ellos, Palma de Oro en Cannes, Oscar a la mejor película y Oscar a la mejor producción internacional, el filme generó tal expectación que fue visto incluso por aquellos espectadores refractarios al cine exótico. Sin embargo, su controvertido y satírico tema, el asalto de unos ventajistas mequetrefes a un espacio impoluto para acomodarse y gozar de las ventajas de la casta pudiente, está tratado con una feroz y displicente ironía negra que su cenagoso retrato de una familia de inmorales oportunistas cala en un público al que le brindan una historia excitada y original.

Desde el subsuelo, el clan dirigido por Kim Ki-Taek (Song Kang-ho) desata todo su marrullero oportunismo para colocar como empleados a todos sus miembros al servicio de un acaudalado matrimonio que habita una mansión diseñada con todos los lujos posibles. Son trepas y desconsiderados. Ejercen una pérfida violación de la casa desposeyendo de sus atribuciones a la anterior camarera y se empoderan del lugar seduciendo con su torva generosidad a sus incautos propietarios, abducidos por su falsa cortesía.

La descripción de la maquiavélica conspiración de los criados es afilada. El realizador cincela un penetrante desorden social como una especie de rebelión bufa de los criados, impostores y bellacos, dejando a los amos una laxa prepotencia fortalecida por su rango y descuidada gratitud. La farsa en el cineasta coreano tiene un precio sarcástico pero su valor que descoyunta con talento es en el plano siniestro y cafre. Cuando el niño de la casa afirma, sin que sus padres le hagan caso, que de vez en cuando ve fantasmas, Bong Joon-ho materializa esa pesadilla y le da entidad. Entonces el desmadre es colosal y la gamberrada desata la violencia.