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Resulta difícil imaginar que el horror puede acechar desde el banco de un parque, observar desde una ventana los juegos de los niños a la espera de aprovecharse de su inocencia para arrebatar una vida y conmocionar a toda la sociedad. Pero es lo que ... ocurrió el jueves por la noche en Lardero. En la zona de Entre Ríos, a la que había acudido Álex con su familia para compartir una tarde con unos amigos, y donde vivía su presunto asesino, Francisco Javier Almeida, se dejaban oír testimonios de que este «llevaba tiempo intentándolo». Se especulaba con que en las últimas semanas habría abordado al menos a otras tres menores. Y el día 25, la Guardia Civil y la Policía de Lardero recibieron incluso sendas denuncias que fueron infructuosamente investigadas. Pese a tan evidente inquietud social, no es ahora momento de buscar otra culpabilidad más allá de la que se le impute al detenido. Es cierto que en Almeida se personifica el fracaso del objetivo rehabilitador de las penas de cárcel porque con 54 años acumulaba décadas de condenas sucesivas por abusos, violación y asesinato; porque había matado con crueldad y consciencia; y porque 18 meses después de acceder a la libertad condicional tuvo al alcance de su mano asesina la oportunidad de repetir su aterradora pauta y no la dejó pasar. Con todo, incluso hoy, solo cabe pedir el máximo rigor legal al sistema y acompañar en este incalificable dolor, con la máxima serenidad posible, a su familia, sus amigos y sus vecinos, que es como decir todos los riojanos.
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