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La Unesco califica el agua como el oro azul, un recurso básico pero limitado para la vida. Recuerdo un informe de los años 70, antecedente al publicado en 2021 sobre su vital importancia, en el que ya se auguraba que, como medio limitado, su consumo ... debía ser sostenible para garantizar su existencia e impedir graves migraciones masivas de población huyendo de la posible sequía.
Aquellos argumentos de entonces parecían una profecía catastrófica como las de Nostradamus. El tiempo muestra que anunciaban uno de los graves problemas medioambientales actuales, presente ya en una España con carencia de lluvias que observa cómo los pantanos están bajo mínimos, desde hace más de un año. Según la Aemet, la cifra global de precipitación en lo que llevamos de año hidrológico se sitúa un 22% por debajo del valor medio habitual, pero se alcanzan cifras hasta el 60-70% en zonas del noreste español. Las dos comunidades más afectadas por esta sequía persistente desde marzo del 2021 son Cataluña y Andalucía. Poblaciones en el prePirineo o de la vega extremeña, antaño rebosantes de manantiales naturales, ya tuvieron que garantizar el verano pasado el suministro de agua potable mediante camiones cisterna. Este año, el panorama no ha mejorado; numerosos municipios en la costa mediterránea comienzan a aplicar medidas restrictivas ante la avalancha de turismo (importante fuente de riqueza) que multiplica el consumo de un bien cada vez más escaso; a la vez surge tristemente un 'turismo de sequía' para visitar cómo emergen de las aguas de los antaño rebosantes pantanos, puentes medievales, iglesias y antiguos pueblos anegados por el agua. Además, devastadores incendios aparecen precozmente diseminados por la geografía española, especialmente en zonas del norte (desde Asturias, León, Salamanca o Soria hasta Aragón y puntos de Cataluña) y del suroeste peninsular.
No sólo perdemos ese oro azul que hace que cuando llueve caiga dinero del cielo, también se agotan sus reservas y se degrada el medioambiente, comprometiendo la supervivencia en él. Que llueva no está en nuestras manos, pero sí hacer eficazmente los deberes en planificación y consumo hidrográfico. Algo posible como muestra Israel, país muy deficitario en agua que afrontó el problema adecuadamente y ahora cuenta con excedentes, a pesar de su población e importante actividad agrícola y ganadera.
Pero hay otra sequía importante: la de cerebros en uso adecuado para dirigir las instituciones y países en un momento de multicrisis como el actual. Este es otro problema.
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