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Septiembre: suena a personaje de La casa de papel, pero es una canción de Earth, Wind & Fire, que arranca precisamente un 21 de septiembre, en plenos sanmateos. Este miércoles día 1 todas las radios abrían a maitines con 'Septemba'; así, 'septemba', el primer ... mes que aprendimos a pronunciar en inglés. Y a bailarlo. En 1978. Es el mes más funky. Veo que nos ha crecido, después de varios intentos, una planta de aguacate en un frasco de chutney de mango. Y que mi mujer sigue en Instagram SOS Vencejos. Está más pendiente de los pájaros desde el confinamiento. Y yo me preocupo del estrés hídrico en el viñedo. 'Septemba' es el mes del milagro del viñedo. Abro las ventanas de casa para tender, pronto por la mañana, y huele a mar. Tender a esas horas me han dicho que sale más barato. Ahora hay que mirar a qué hora se hacen las cosas. Todo ha tenido siempre en esta vida una 'punta', un 'llano' y un 'valle', pero ahora se traducen en euros, de cotización fluctuante. Leer, por ejemplo. Me imagino que ahora también saldrá más caro leer a unas horas que a otras. Y limpiar alubia verde, y regar, y respirar. «¿Has olvidado la contraseña?», me pregunta el ordenador, para reentrar en 'septemba'; bueno, en casi todo. Pues sí, la he olvidado. Alguna otra contraseña he acertado, vale, pero tengo que teclearla sin pensar para acertar. Como tantas cosas que si las piensas no aciertas. La mayoría, si lo piensas. ¿Y a qué hora será más barato pensar? Me interesa porque ahí hago mucho gasto. También es verdad que muchas veces para nada. Tendría que fijarse en esto del pensar un tarifa plana (que no un pensamiento plano), innegociable. Con los PINS, me pasa lo mismo en 'septemba': me bailan las cifras. Me vienen como PINS antiguos. Y tengo que mirar qué dígitos utilizo porque ya me quedan pocos intentos. Viendo, creo en horario «valle», Tiempo, de Shyamalan, en agosto, Pedro Santana me llama para decirme que ha muerto Manolo. De las Rivas. Sentí que la película había estado tratando, sin que yo me diera cuenta, de eso. Como de Manolo, como de una síntesis poética, vital. Tiempo (Old) trata del envejecimiento súbito en la playa de la vida y en la butaca del cine. Y de la poética que arrastra esa marea temporal. En un momento dado, súbitamente, un personaje no se acuerda de una palabra que había dicho hacía dos minutos en pantalla, pero veinte o más en la vida. Manolo nos explicó muchas películas en otro tiempo, cuando este empezaba a correr; eso que se llama la mayoría de edad. El propio cine, y la práctica de las palabras lo aceleran. Las palabras son contraseñas. Poetas mayores como Manolo, que se ha ido súbitamente, lo sabían. Para entrar en el Tiempo, en cambio, no te piden ni PIN. Salgo de ver la película de Shyamalan más viejo, y no solo dos horas. La pandemia también ha aplastado el Tiempo. Miro el contador de la luz. Cuando en Logroño el edificio de la Electra se convirtió en un casino, se estaba anunciando el tragaperras que venía. La Bolsa de la luz. Por cierto, la luz, la de Manolo: ya no podré ver leer a Manolo por las noches, desde la calle, pasando por debajo de la habitación en la que leía. Sentado y con el libro sobre la mesa. A la hora que fuera, entrada la noche, había una luz encendida, detrás de las hortensias del balcón, de las hortensias de Maite. Y era Manolo, leyendo. Como un lector conventual. Aplicado al tomo. En un horario de lectura que era punta porque era el de Manolo. Una hora Manolo. Manolo leía incluso lo que no estaba escrito. Los lectores veteranos de este periódico sabrán a qué me refiero si digo que Berceo volvió a dejar este mundo en agosto. Releo ahora a Manolo. Unos versos sobre la pandemia del amor, que también se declaraba en un marzo: «Todos los meses de marzo/ me han contagiado el virus/ emigrante/ de tus caricias en flor/ y el aleteo misterioso de tu cuerpo varado». Y me pongo a recuperar contraseñas. O a crear otras. Como si fuera tan fácil, como si nos diera la vida para tantas contraseñas, y PINS. ¡Luz, más luz! Había que escuchar a Manolo puntualizar el adjetivo «a-co-jo-nan-te».
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