Y de los sentimientos deportivos, ¿qué?
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Seguimos con el despropósito bestial que se ha montado con la dichosa y bienaventurada ley de libertad de expresión y su incidencia en los sentimientos. Y lo que te rondaré, morena.
El domingo pasado yo manifesté dos cosas: una, que no tengo sentimientos religiosos, sino ... convicciones religiosas, que no es lo mismo. Y dos: que a mí lo que me preocupa de verdad es la incidencia de todo este lío en la incitación al odio. Por eso, hoy quiero referirme a lo que al fin y a la postre me parece lo más preocupante, algo que es de un día sí y otro también y que nos afecta a casi todos, por no decir a todos. Y es la incitación al odio de los sentimientos deportivos, y más en concreto del fútbol.
Yo he practicado en el seminario la pelota a mano y a pala, natación, ajedrez, y hasta el bádminton en el Tomás Mingot, que se jugaba con una raqueta tipo matamoscas y golpeando un chisme de movimientos imprevisibles. Debo decir que estos deportes no levantaban pasión alguna ni en mí ni en el resto de participantes, compañeros o adversarios. ¡Ay, amigos! El fútbol era otra cosa. En el seminario, y ya siendo profesor, era mi deporte favorito. Mejor que yo eran casi todos, y como yo, además de jugar, solía arbitrar, pues ya se pueden imaginar, líos todos los días.
Fuera de bromas, hay que decir que el fútbol levanta pasiones, muchas pasiones, demasiadas y violentas. En los grandes estadios con miles de forofos apasionados y en los campos de tierra de cualquier pueblucho de la España vaciada.
Yo no oigo a nadie discutir acerca de la liturgia de la Iglesia, del misterio de la Encarnación o de cómo va la catequesis en La Rioja. Nunca ni a nadie. Oigo más blasfemias de las que quisiera, pero sé que raramente se lanzan para ofender a Dios. ¡Qué razón tenía mi compañero japonés de la Escuela de Periodismo de los años sesenta –lo he contado más veces– cuando me decía perplejo y confuso: «Si creen en Dios, ¿por qué blasfeman? Y si no creen en nada, ¿por qué blasfeman?». Y yo le contestaba, asimismo, confuso y perplejo: «A menudo a los españoles no hay quien nos entienda». Y ahí quedaba todo.
Sobre el fútbol, al menos hoy, no me quiero referir a todo ese mundo de violencia que se origina cuando una hinchada se enfrenta a la hinchada contraria, que acaba sí o sí con la destrucción indiscriminada de farolas, contenedores, semáforos, cosas que son de todos y, por supuesto, de comercios que son privados. Y lo que es peor, con heridos y también en alguna ocasión con algún muerto. ¡No! Tampoco me voy a referir a la presencia en los estadios de los llamados ultras, dispuestos a partirse la cara con los del graderío de enfrente. Ni al hecho de que a las hinchadas haya que separarlas y vallarlas como si de animales se tratara. ¡No! Al fin y al cabo la violencia en el fútbol la origina la propia sociedad. Una sociedad que se expresa en las gradas con la frustración, enfados y agresividad que con frecuencia sus miembros acumulan en su vida cotidiana y que en ningún otro espacio público les sería permitido, pues con toda lógica serían expulsados sencillamente a patadas. No hay que olvidar que la violencia en el fútbol no es otra cosa que la agresividad hacia el contrario.
Esa agresividad –y aquí es donde hoy quería parar–, puede tener buena parte de su origen en lo que oímos y vemos en bastantes tertulias de televisión. En la tele se informa y en la tele se emiten opiniones. Por eso hacen tanto furor las tertulias. Las hay de todo, y las hay de fútbol. Los invitados son profesionales de la información o antiguos deportistas que se manejan bien ante las cámaras. ¿Qué es lo que suelen ofrecernos? No siempre, pero sí casi siempre, hablan todos a la vez, vocean a cuál más, se cortan unos a otros, no se escuchan entre sí casi nunca, pero, sobre todo, son forofos de los grandes equipos, y ya solo les falta decir «al Madrid, ni agua» o «al Barcelona, ni agua». Creo que se me entiende. Hay poca información, mucha pasión y mucha visceralidad. ¿Es eso lo que se busca? Tal vez. Pero que luego nadie se queje de que «de aquellos polvos, salgan estos lodos». ¿No sería posible un poco de moderación, de respeto y de cordura en las tertulias futboleras de la tele?
Termino con lo que yo le oí a un viejo rector de mi seminario de Logroño, hace más de sesenta años: «Hay dos cosas que machacan la convivencia: una es discutir de política y la otra, todavía peor, discutir de fútbol». ¿Será así?
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