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LLa palabra 'matemática' proviene del griego máthēma, 'conocimiento', y la plaga del coronavirus nos ha mostrado la importancia que esta ciencia, «el alfabeto con el que Dios ha creado el Universo» (Galileo), posee como herramienta para conocer lo que está pasando, lo que posiblemente ... pasará y lo que pudo haber pasado en relación con la pandemia mediante cifras, gráficos, hipótesis, tasas y tendencias. Valiéndose de modelos matemáticos, investigadores de economía aplicada han concluido que el confinamiento decretado el 13 de marzo ha reducido en un alto porcentaje la incidencia de contagiados, enfermados y fallecidos. Al caradura que preside el Gobierno le ha faltado tiempo para exhibir su desfachatez poniendo una cifra supositiva a los salvados por su decreto: 450.000. Pero aparte de ignorar o de tapar —qué será peor— la cifra real de muertos y muertas, aplicando el mismo modelo, resulta que si nuestro salvífico benefactor hubiera decretado el estado de alarma una semana antes, los contagios se habrían reducido en un 62%, se hubiese evitado el colapso de las unidades de pacientes críticos y hubiesen fallecido miles de personas menos. «Yo ahí lo dejo» también.
Es como si los firmantes de la paz presumieran de los soldados que ya no morirán, olvidando a cuantos cayeron en la guerra que ellos declararon. Y al igual que cuando estos tratan de resarcir su mala conciencia prendiendo una llama perpetua ante la tumba simbólica del soldado desconocido, Marketing Moncloa, S.L. ha organizado un solemne homenaje a las víctimas mortales de la epidemia, en sintonía con la avalancha de premios y reconocimientos a los sanitarios tras haberlos enviado al frente coronavírico sin equipos de protección. «A burro muerto, cebada al rabo», remata el refranero.
«Omnia mors aequat», la muerte a todos iguala. Salvo, al parecer, en España, donde a pesar de contar con un Ministerio de Igualdad —si bien dirigido por una necia sectaria— no es lo mismo abandonar la Unidad de Medicina Intensiva vivo o muerto por unas enfermedades u otras. ¿Por qué, si no, hay que homenajear a los muertos y muertas por Covid-19, la mayoría ancianos abandonados a su suerte, y no a los muchos más fallecidos cada año por cáncer, cardiopatías, ictus o traumatismos, y festejar con aplausos la extubación o el alta de una víctima de la pandemia pero no de infarto de miocardio, hemorragia cerebral, intoxicación o lesiones por accidente laboral o de tráfico? Lo dicho: mala conciencia.
El homenaje del 16 de julio al covidado desconocido certifica aquella sentencia de Rubalcaba cuando dimitió, «en España enterramos muy bien», aunque hubiese atinado aún más con la de «otro vendrá que bueno me hará». Y cuidado que era malo.
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