Señora sobre fondo gris

María es una jubilada que vive en una ciudad francesa con su marido y cerca tiene a los hijos y a los nietos. Sufre un achaque de salud y comparte habitación del hospital con una joven jornalera española, Verónica (Anna Castillo). Aunque en un principio parece que entre ellas existe un rechazo generacional, pronto traban una amistad muy hermosa. Verónica fallece por falta de un trasplante y María quiere ponerse en contacto con su familia para comunicarle el óbito.

Los primeros compases hablan de superar barreras y prejuicios. Amortizados los condicionantes de la diferencia de edad, las dos mujeres, opuestas en todo, congenian con un vínculo muy sólido. Las escenas del hospital tienen destellos sobrios y la relación que nace entre ambas contiene la narración precisa y el apunte idóneo.

Pero donde el drama se hace poderoso es en el viaje interior y exterior que emprende María con el recuerdo de Verónica. Buscando parientes de su amiga, las huellas la llevan al sur de España y aporreando varias puertas descubrirá sensaciones y sentimientos no dormidos sino devastados.

A Petra Martínez le han dado el papel de su vida y lo explota hasta el último gramo de pasión y veracidad que es capaz de expresar sin subrayados. Las andanzas por Andalucía y el contacto con un migrante rumano (Florin Piersic) la retroalimentan con tal combustible que cuando regresa a casa no es la misma.