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De nuevo Semana Santa con su olor a palmones y cirios, y con esa lluvia anunciada que, aunque necesaria, nadie desea que se produzca ahora porque, para los que deciden celebrarla en su sentido religioso desluce o impide el paso de las procesiones después ... del arduo trabajo para preparar sus pasos y saetas entre el trasfondo turístico que arrastra y la fe tradicional que la motiva, o porque para los que deciden aprovechar esos días para una escapada, el destino de playa o turístico elegido no resulta lo mismo sin el primer sol o templanza esperados.
Aparte de ello y de la celebración cristiana que comporta, esta parece ser otra Semana Santa. Por una parte, confluye de lleno con la campaña electoral de una democracia que se re-estrenó hace 40 años y que ha gozado del período de vigencia más largo en el Estado español; la convocatoria al voto al final de las celebraciones de Pascua, antecedida por el guirigay de declaraciones y mítines que se suceden, hace de estas fechas una celebración distinta en la que cuestionarse si lo que prefiere la ciudadanía es disfrutar de las fiestas o de la pasión democrática que las corona. Hay que tomar una decisión de voto que algunos ya tienen claro, pero del que un 40% todavía duda entre decepcionados o confusos por la realidad actual: fragilidad de pensiones, economía, desigualdad social, etc.; parece que la lealtad de voto a los partidos tradicionales pesa menos en medio de un espacio confuso de opciones políticas eficaces y de las emociones que manejan los candidatos en esta campaña particular, con la fuerza amplificadora de algunos medios de comunicación. Es extraño cerrar la Pascua con este colofón.
Por otra parte, el acceso a los tradicionales circuitos de las procesiones que rememoran hechos cristianos sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, repletas de tintes de fe y de otros tan humanos como la traición de los cercanos o el amor maternal y de los amigos, están barrados y protegidos por bolardos de hormigón o policías arma en mano, para proteger a procesionarios y participantes de las urpas sangrientas de algún fanático asesino. Es extraño palpar la inseguridad latente que hace necesario adoptar esas medidas de seguridad en actos tan tradicionalmente arraigados.
En suma, parece que la asociación de esta Semana Santa con la desconexión, el descanso y/o reminiscencia religiosa va a durar, contrariamente a lo que dice el refrán, «de Ramos a Pascuas». Que disfruten, a pesar de todo, de ella.
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