Se cumplen este miércoles seis meses de la invasión de Ucrania con la que Rusia burló el derecho internacional para socavar la integridad territorial y soberanía de un país vecino y avanzar a sangre y fuego en sus ensoñaciones imperialistas. Enquistada la guerra en el ... campo de batalla, donde una victoria militar de cualquiera de los bandos parece lejana, y cortocircuitados los esfuerzos diplomáticos en busca de un por ahora más que improbable acuerdo de paz, el conflicto se adentra en una fase de desgaste que hace temer una prolongada duración. Un escenario indeseable que el Kremlin considera favorable a sus intereses tras el estrepitoso fracaso de su plan inicial: un ataque relámpago para hacerse en unos días con el control de Kiev y sustituir al Gobierno legítimo por uno títere. Frustrado ese objetivo gracias a la valiente resistencia de las tropas y del pueblo ucraniano, con la inestimable ayuda de Occidente, ahora pretende debilitar el apoyo al agredido con el chantaje de un cierre del grifo del gas a la UE, que empeoraría de forma sustancial el deterioro de la economía, para forzar una negociación en las condiciones más ventajosas.

Publicidad

La amenaza de un frío invierno con severas restricciones energéticas y el riesgo de una recesión planean sobre la unidad europea en torno a Ucrania. De unos Gobiernos responsables se espera que sepan asumir, y trasladar a sus ciudadanos, que esta guerra no les es ajena y que en ella hay en juego mucho más que simples objetivos militares: los principios y valores en los que se asienta nuestro sistema democrático. Que una humillante cesión ante el autócrata ruso, cuya disposición del botón nuclear limita las posibles respuestas a sus tropelías, solo conseguirá envalentonarle para perseguir cuantas metas se proponga mediante el uso de la fuerza. En definitiva, que resulta ineludible la defensa de los derechos y libertades de todos, aunque ello suponga pagar un precio.

El conflicto ha dejado por ahora un cúmulo de horrores que se resumen en miles de muertos, más de 6,5 millones de huidos al extranjero y otros tantos que han tenido que abandonar sus hogares y refugiarse en otras zonas de un país semidestruido y en estado de shock por las atrocidades de todo tipo cometidas contra la población civil. Putin no tiene motivos para estar satisfecho. Las fuerzas rusas han sido incapaces aún de imponer su aplastante superioridad y hasta se han visto obligadas a renunciar al control de toda Ucrania y volcarse en Dombás. La ilegal invasión ha resucitado a la moribunda OTAN, que ha aprobado la entrada de Suecia y Finlandia. Además, ha reforzado la integración de la UE y acercado a Kiev a ella, y Estados Unidos ha vuelto a cerrar filas con Europa tras su distanciamiento con Donald Trump. El líder ruso, mientras tanto, tiene como aliados a China y a un puñado de autocracias en un revolucionado tablero geopolítico.

Llegados a este punto, es necesario crear las condiciones que pongan fin a esta tragedia y hagan posible una paz justa aceptable para Ucrania, aunque el reto se antoja extremadamente complejo. Las sanciones a Moscú se han revelado insuficientes para disuadirle, entre otras razones por no haber afectado el gas, del que depende la UE por errores estratégicos del pasado y cuyo suministro utiliza el Kremlin como arma de guerra. El sostenido apoyo a Kiev, que pondrá a prueba la solidaridad de Occidente si se desata una recesión, no debe excluir las vías diplomáticas y cuantas otras puedan facilitar una salida que deje bien claro a quién asiste la razón.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad