Secretos suboficiales

En la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso, donde entre otros aspectos se fiscaliza cómo es posible que haya podido ser espiado nada menos que el móvil del presidente, está terminantemente prohibido entrar con móviles. La normativa es tajante y destila algo de sublimación y ... paradoja. A mí me suena a esas hipnóticas películas de cine indie que abundan en festivales tipo Sundance, donde el protagonista es un mecánico de coches sin carné de conducir, estanqueros que detestan el tabaco o algún músico sordo. A los miembros de la Comisión solo les está permitido acceder a las blindadísimas comparecencias que se convocan con papel y un bolígrafo. El reglamento no especifica si al final de la sesión y para evitar algún malware adherido a la celulosa tienen que hacer una bola con los folios que han garabateado y tragárselos sin dejar rastro. Si yo estuviese entre las señorías que atienden las explicaciones de la directora del CNI sería innecesario, porque escribo tan rápido, mal y feo que soy el único traductor de mi propia letra. La forma más eficaz de eludir todos los Pegasus habidos y por haber ya la patentó el yayo Tasio hace tiempo. Como recela del móvil que le regalamos al cumplir 90 años desde que lo sacó de la caja, las contadas veces que llama habla en clave. El éxito de su estrategia es que no responde a ningún código, así que no hay criptólogo que desentrañe sus palabras a no ser que seas parte de la familia y conozcas sus rarezas. Un día te informa de que «el rabicandil ya está en la jaula» o de que «hoy andaré 20 pasos, como dijo el médico» y ya sabemos que le han ingresado la pensión o ha dado la paga a los nietos. Lo dice deletreando, con voz rotunda, como para esquivar sospechas. Cuando hizo la mili no llegó ni a suboficial.