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Es el tumulto convertido en mítica, la España profunda elevada a lo glamuroso de los cronómetros y el podcast. Si dos hombres se suben al ring a darse sopapos estamos atentando contra la civilización y fomentamos el lado más oscuro de la humanidad. Pero si ... lo que hacemos es poner a una multitud a correr delante de unos cuantos toros desbocados la cosa pierde cualquier atisbo de salvajada o atavismo y adquiere el relumbre de la tradición, la respetabilidad y el buen vivir. Los animales pierden en esa carrera su esencia de ganado, de brutos desorientados, y se convierten en una especie de atletas a cuatro patas que compiten contra el reloj, y que, como cualquier deportista de medio pelo que se precie, están dispuestos a Hacer Historia, que es una declaración de principios, de superación y olimpismo mezclada con la petulancia.
De modo que he aquí que la televisión pública se jacta de invertir cada año más personal, más dinero, más despliegue para cubrir la competición atlético-ganadera de la calle Estafeta. Y así, en la era de lo políticamente correcto, vemos durante la festividad en Pamplona una sucesión de planos en detalle cómo los cuernos de los toros enganchan la camisa de un corredor, cómo lo revuelca y estruja. A cámara lenta presenciamos cómo las pezuñas de los despavoridos animales pisan o están a punto de hacerlo, al corredor caído. Y ahí están los comentaristas para tratar el asunto en la moviola como si de un gol fabuloso de Messi o de un esfuerzo titánico de Nadal se tratara.
Entrevistan a fondo a los corredores, les preguntan una y otra vez por la función del periódico enrollado que lucen en la carrera, cronometran el esprint y lo califican, anotan los récords y azuzan al telespectador para que madrugue y se involucre desde su casa en ese desasosiego tumultuoso, en esa astracanada brutal transformada en epopeya mística. Lo arcaico convertido en modernidad por una propaganda que desmiente lo que nuestros ojos están viendo. Ya solo les queda entrevistar al toro, preguntarle por sus sensaciones y cómo ha podido escapársele sin cornada tanta gente. La próxima vez será. Y cuando eso ocurra, cuando haya una cornada grave, ¿qué harán? ¿Nos la pasarán a cámara lenta también? ¿Veremos cómo el cuerno desgarra el pulmón de uno de los corredores? Podrán contabilizar el récord de centímetros por cornada, el tiempo de llegada del Samur. Todo sea por la fiesta, por el olimpismo cornúpeto, cuadrúpedo y agropecuario. Y, desde luego, por el dinero. Por la economía que mueve el santo Fermín y que es tanta que al parecer hace que se olvide aquel anticuado precepto según el cual no todo vale.
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