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Tenía pensado desde hace tiempo dedicar algún día de julio para ir a la urbe de Nueva York, ese viaje que todo español como buen súbdito del imperio norteamericano está obligado a cumplir al menos una vez en su vida, pero esta semana me ... lo pensé mejor y me he ido a Pamplona, urbe asimismo estos días al fin y al cabo.
Afirman algunos desorientados que aparcar estos días en la capital navarra es dificilísimo. Ignoro por qué piensan así; a mí me resultó muy fácil llegar en autobús, que se detuvo suavemente en una de las dársenas de la estación de autobuses, donde numerosos jóvenes riojanos -vestidos de blanco y rojo- esperaban para poder regresar a Logroño.
Desayuné en una cafetería cercana a la plaza del Vínculo, esa en la que elaboraban el pan desde el siglo XVI las antiguas panaderas municipales para el mercado semanal pamplonica (siempre mujeres, nunca hombres). Elegí esa cafetería porque desde la calle percibí una voz bellísima que cantaba 'Alma llanera'; era Juan Diego Flórez, el tenor limeño que tiene alma de tradición, no en vano su padre acompañaba con la guitarra a Chabuca Granda; mi desayuno fue gratamente hispanoamericano. Luego tuve la suerte de seguir durante un buen rato a la comparsa de gigantes y cabezudos, acompañada de gaiteros y multitud de mocetes, papás y abuelos. Durante muchos años del primer cuarto del siglo XX tocaron para ella en sanfermines los gaiteros Julián Matute, de Viana, y Nicolás García, de Laguardia.
A media mañana tuve la suerte de coincidir en la calle de San Antón con un nutrido conjunto de veteranos acordeonistas vizcaínos, a los que seguí hasta la plaza del Ayuntamiento para contactar luego en la calle de San Francisco con otro de esos grupos tan propios de estas fiestas que se juntan para alegrar las rúas de música popular. Enriquecían la agrupación acordeones, guitarras, bombo suavemente acariciado, tamboril, pandereta y artistas riojanos, aragoneses y navarros del calibre de José Luis Reta, José Luis Urben, Santiago Urtubia, Rafael González, el mítico batería de Nueva Etapa José Miguel Marín (el divino Chivito), entre otros. Qué jotas, qué pasacalles, qué bien suena la participación del personal en estas vías estrechas y altas.
Los acompañé hasta la calle Mayor y me introduje en la calle Jarauta, sede de varias peñas. Estas comienzan ya a regresar a sus chamizos envueltas en la música de sus respectivas charangas, mientras más allá actúa en la misma calle Chuchín Ibáñez, que interpreta canciones de su último disco -'20 años de carretera, canciones y emociones'-, con homenaje incluido a Paco Formoso. Hasta más allá de las tres de la tarde continúo con una cuadrilla de acordeonistas franceses.
Como cómodamente en la zona del Caballo Blanco, a la vera de las murallas; suena cercana una música de rondalla. Leo la prensa del día. Después veo el desfile de las peñas y sus charangas, rellenas de multitud de extranjeros. Antes de tomar el autobús de la tarde, disfruto de la ronda jotera que recorre la Avenida Carlos III. Mis sanfermines. Todavía puede disfrutarlos usted hoy y mañana.
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