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Tras casi dos años de 'mundo COVID' con efectos devastadores, la incomodidad que continúa generando y el reto de la nueva variante Ómicron BA.2 (considerada enfermedad severa según la OMS) azotando Dinamarca y varios estados norteamericanos con un potencial de contagio entre el 30%/ ... 50% superior a la Ómicron, la vida sigue en un mundo que no se ha simplificado, sino al contrario.
La fragilidad percibida y crisis resultantes ponen en valor los sistemas garantes de la sociedad moderna que no debemos perder: la salud, la educación y la cultura. Su persistencia y beneficios, tanto personales como sociales, han quedado demostrados en los peores momentos pandémicos que los ha situado al límite. Hay que preservarlos y aumentar la inversión en ellos, apostando por su revitalización. La investigación médica ha mostrado su eficacia para frenar con rapidez nuevos virus que atentan masivamente contra la salud pública. La atención sanitaria y sus profesionales, al borde del colapso, han demostrado la ingente función que cumplen. También es evidente el papel de la educación, envuelta en el ojo del huracán de los contagios, bajas, confinamientos y protocolos, al retomar su dinámica habitual.
Pero también es importante valorar la cultura como equilibrio y enriquecimiento personal frente al posible desánimo y derrotismo, durante y tras el escenario pandémico; una inyección de buen teatro, espectáculos, música, festivales literarios o cine, tan devastados, puede ser sanador. El cine está especialmente dañado (en Logroño, de las escasas salas de cine existentes antes la pandemia queda una en funcionamiento con precariedad de espectadores), a pesar del aumento de buenas películas como muestran los Goya o los Oscar. Aquella expresión de «papá quiero ir al cine» (o al teatro o a algún espectáculo) es un eslogan para la salud y equilibrio personal, pero también un reclamo atractivo para ciudades y países en un mundo de la cultura cambiante, envuelto en el frenesí numérico, tanto cinematográficamente (nuevas películas como Avatar 2, Dune 2...) versus el cine tradicional de actores y escenarios de carne y hueso, como en exposiciones artísticas innovadoras (Van Gogh en Madrid recientemente), Cézanne o Kandinski en París, etcétera, convertidas en experiencias de inmersión y participación del público en la obra del autor.
Pongamos en valor la salud, la educación y la cultura preservándolos de las manos de gestores irresponsables y narcisistas, para los que cualquier ignominia y treta son válidas para reforzar su protagonismo a costa del valor existente.
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