Nos encontramos uno frente al otro en mitad de la calle de improviso y con pavor, como quien topa con un bandolero en mitad de un desfiladero. A pesar de conocernos de toda la vida, de vernos casi a diario en circunstancias normales, de nuestras ... respectivas miradas se desprendía ahora una desconfianza brutal. De haber estado más vivos para esquivar encuentros indeseados, al atisbarnos mutuamente hubiéramos cambiado de acera con tiempo y nada de eso hubiera pasado. Demasiado tarde. Lo único que pudimos hacer al cruzar nuestras miradas por encima de las respectivas mascarillas fue apartarnos discretamente unos centímetros el uno del otro. Yo sabía que él había sido contacto directo con un infectado; él sabía que yo había estado confinado. Ninguno de los dos teníamos la seguridad de que el otro hubiera completado la cuarentena y sabiéndolo o no fuera un foco de contagio. Por supuesto, obviamos el tema en unos escasos segundos de cortesía que resultaron eternos. No tengo claro con qué tontería rellenamos una conversación fugaz y absurda. Solo recuerdo que en aquel preciso instante tragué saliva y quizás unas gotas se me fueron por otro lado, provocando una tos aparatosa y perruna que no pude controlar. Mi amigo miró la escena con estupefacción. Dio ahora indisimuladamente unos pasos atrás y se le descompuso la cara. Solo cuando yo empecé a carraspear y él ya estaba lejos quedamos en que, si eso, un día de estos quedábamos para tomar algo en alguna terraza y tal.
¡Oferta 136 Aniversario!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.