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En abril de 1999, pronto se cumplirán 20 años, el entonces ministro de Obras Públicas, Rafael Arias Salgado, protagonizó en Logroño uno de los más desafortunados sainetes que se recuerdan a esta parte del Ebro. Con secundarios de lujo (Pedro Sanz en el papel de ... satisfecho presidente; Arancha Vallejo como felicísima consejera del ramo, José Luis Bermejo en el rol de alcalde contentísimo y Tomás López como radiante delegado del Gobierno), se prestó a posar en las inmediaciones de la desaparecida estación de tren para publicitar unas obras de soterramiento del ferrocarril que aún habrían de tardar ocho años. No faltó, como atrezo de la vergüenza, una retroexcavadora dispuesta ex profeso sin rastro de haber movido un termón. El ministro y su séquito se hicieron la foto para la primera, y seguramente la más burda, utilización política del soterramiento como arma electoral (en junio de 1999 se celebraron comicios locales, autonómicos y europeos). Un torpe intento de arrimar el ascua a la sardina propia que se ha repetido cíclicamente y cuyo epítome, cuya máxima expresión se alcanzó el jueves, en la comparecencia por colleras de la alcaldesa Gamarra y el consejero Cuevas previa a su visita al Ministerio de Fomento para reclamar. Algo, lo de reclamar, que es bueno de suyo, asaz positivo, pero que llega con algunos años de retraso sobre la necesidad sobrevenida. Como si hasta ayer no habrían advertido la existencia pasiva de ese ministerio. O como si se hubieran dado cuenta ahora de que en abril y mayo habemus elecciones.
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