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Hay una novela de Ian McEwan que se llama 'Sábado'. Me la leí en su momento, hace años, pero sólo recuerdo el título; ahora mismo, con esta cabeza idiota que tengo, no sé de qué va. Tampoco sé de qué va este sábado posterior al ... Viernes de Dolores. Es Semana Santa, y las cosas han cambiado aquí dentro. Fuera, también. Mucho. Ha cambiado la vida. Y la muerte. Ha cambiado el paisaje. En sus «Diarios», Iñaki Uriarte escribe que «Uno de los secretos del placer estético que produce la naturaleza es que no hay gente». Pues ya no hay gente en ningún sitio, ni en la naturaleza ni en las calles: las ciudades se han convertido en un páramo ignoto y deshabitado, sin ruido, sin movimiento, sin papeles en el suelo, sin turistas gritones haciéndose selfies, sin nadie que interfiera nuestra visión de un monumento, de una catedral o de un kiosco de pipas. El nuevo placer estético es contemplar la Piazza Navona vacía desde nuestras casas.
Sí, han cambiado muchas cosas. Pero no todas: una abuela le manda un vídeo a su nieto diciéndole que le dará la paga cuando, al fin, se encuentren. Incluso en un sábado tan extraño como éste en el que la luz provoca una ansiedad por salir al exterior que hay que contener, la posibilidad de volver a ver a una abuela deslizando discretamente un billete de cinco euros en la mano de un chiquillo es lo que nos mantiene cuerdos, unidos al mundo, aunque estemos pelados con él. Eso, y que mañana sigue siendo Domingo de Ramos y quien no estrena no tiene manos. Como estreno, no sé si servirá vestirse con un chándal limpio. O un pijama. Voy a poner una lavadora. Y a buscar el libro de McEwan. De verdad que no sé de qué iba. Mi cabeza de chorlito tampoco ha cambiado.
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