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Esta temporada cada día amanece más temprano. Despierta con palpitaciones de consejos de ministros, sibilancias de pactos, taquicardias de comisiones, zumbidos electrónicos de homilías de prensa. La berrea ciudadana clama contra tramposos, rasputines, inútiles. Cruce de ruidos y salivazos. Los que escupen hacia arriba, ya ... se sabe, del cielo les caen los clavos. La ley de la gravedad mantiene el orden.
El imparable, dolorosísimo y desesperante ruido de féretros hace de sordina, de campana de aislamiento acústico a los crujidos de columnas, vigas, viguetas y cámaras de aire de la casa común, que se comba, pierde la verticalidad del estado de derecho. Ya no es el del curso pasado, removidas sus estructuras no sabe dónde lo llevan. Son maneras escasamente elegantes, impúdicas. Es política, dicen.
Siempre ha sido así. Tonto consuelo. Para qué se molestan los siglos en pasar. Saltos adelante, ajustes evolucionarios, conveniencias de quienes los sostienen flexionan los más compactos estados de derecho. Porque no se sostienen solos ni en solitario, no son montañas sagradas. Cada día, cada muchos días, muchos jefes y muchos mandados rematan fisuras de asentamiento, sortean vendavales, reafirman forjados.
Sin saber cómo es una guerra, hechas suficientes carreras en aulas y calles para aprender dictaduras, una dentellada grave, que pudo ser gravísima si al ogro no le hubiera dado por morirse, me reveló la cueva gris del Espolón. Cosas del odiado tribunal que tanto hirió a tantos. Y ahora, un ruido desasosegante salta desde el tren chispita de decretos leyes, normas y demás aditamentos jurídicos apilados por este gobierno. Un run-run que refuerza la ley mordaza reconstitucionalizada, un «comité de la verdad» contra la desinformación, que los expertos –quién iba a ser– cacen. Soniquete agresivo, retintín de santa inquisición, de tribunal de orden público. Mortadelos y Filemones 'del régimen' vigilan desde las troneras del palacio episcopal de Moncloa.
Si Felipe González dejó en Toulouse su Isidoro y su marxismo, el lobito Sánchez desagravia y amamanta caperucitos rojos. Que a la chita callando, armados de sutiles disquisiciones –tienen estudios–, amañan el gran cambio. Ellos ya se han cambiado, hasta el empacho, que, ya se sabe, provoca diarreas. La mental aquejó a Mosén Iglesias con retortijones justicieros por las confinadas criaturitas que carecían de los jardines de su Pazo de Galapagar. Un flato de coherencia llevó a su mano izquierda a transferir el sueldo a 'Save de Children' sin que se enterara la derecha. Ruidos mudos, silencios llenos de trompetas. (Mientras pasa la coña esta de las calenturas mi reina y yo, con el gudari Arnaldo, Rufián el doncel y las cuatro perras de los presupuestos generales vamos a montar una que tiembla el misterio. Y a quien no le guste, al Caribe, sol gratis).
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