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La imagen se ha publicado esta semana: centenares de creadores de ficción concentrados bajo un arco coronado con las orejas del ratón Mickey. Podría ser una secuencia de una comedia, de un cartoon, de Mickey, por ejemplo. Una especie de autoficción. Es más: podría dudarse ... qué es más dibujo animado si Mickey o los concentrados. Qué es más ficción. Qué demonios está pasando en el parque: manifestantes, pancartas, las orejas de Mickey, el sol de California. Y la misma imagen se ha reproducido a las puertas de otros talleres –ahora plataformas– de la Fábrica de sueños. Pero no: todo es de real, y lo que se está produciendo ahora mismo es un fenómeno, planetario en sus consecuencias, que fluctúa entre el apagón, el vacío de poder y un fallo en el servidor: ¡son los guionistas!, una marabunta de más de 10.000 guionistas norteamericanos sindicados, en huelga de brazos caídos y pancartas en alto que van a cortar el suministro de energía a la segunda industria del país: el entretenimiento, que es algo muy serio y muy caro. Más de 10.000 ciudadanos guionistas es toda una población. Y una refinería de pensamiento e imaginación. Abastecen al mundo. Si los 10.000 guionistas escribieran un guion a la vez se provocaría un big-bang ficcional que daría paso a otra era de la humanidad. Cuesta en nuestro hemisferio del gremio hacernos una idea de la materia de que se trata y de los precios. Que son de súper héroe. De media, casi unos 5000 dólares a la semana y unos 277.000 anuales (252.000 de los viejos euros). Pero claro, se saben proveedores de un artículo que ahora mismo engorda el flow y la nube hasta cantidades para las que ya no hay ceros suficientes y se la van a montar a Mickey Mouse a las puertas de su casa para preguntar qué hay de los suyo en el nuevo reparto, en el post-post-post-Hollywood. Topónimo que hoy suena ya como un arcano. Porque fue aquí, en este huerto camino al Pacífico, con más y mejores horas de luz que en cualquier otro edén bíblico, donde todo comenzó y por lo que la escritura de libretos para las imágenes en movimiento se ha considerado siempre no sólo una práctica profesional sino una parte mollar de la literatura norteamericana, escrita a dos columnas, una para la acción y otra para el diálogo, y segmentada en tramos numerados que en secuencia consiguen que los personajes se presenten, se transformen y lleguen a un destino, previsto o alterado. Lo que venían haciendo de Shakespeare a Dostoievsky. Pero a vista del espectador. Guionizar no era sólo un brazo de la industria del espectáculo (que el guionizar contribuyó a inventar) sino una forma de pionerismo, de conquista del Oeste, del Sunset (Boulevard), de civilización de un paraíso. Los guionistas fueron, así, pioneros de una forma de vida y de creación –el disponer que las cosas se contaran a través del cine– que contribuiría a reinventar el país: su memoria, su carácter, su folklore. Por escrito, desglosando el drama en interior o exterior día o noche. Y como los pioneros, en cualquiera de sus empresas y negociados, tuvieron un origen y que hacerse al territorio. Con dificultades y dureza, hasta que el cine se asimiló al taylorismo, al trabajo en serie y al manual del capitalismo. Y ahí ingresaron. Cuentan los que lo vivieron que durante años el guionista o la guionista llegaba al Estudio por la mañana, entraba en un hangar donde le esperaban otros guionistas en la cadena de trabajo, una mesa, un mazo de folios y una Underwood. Se sentaba y metía el primer folio en el carro de la máquina mientras alguien de producción cerraba por fuera la puerta del hangar. Hasta que concluía la jornada, y la puerta volvía a abrirse para que el guionista entregara el número de folios acordados. Y sólo entonces saliera. Así se han escrito joyas de la ficción cinematográfica. Y por eso hoy, en EE UU puedes comprar guiones por la calle, como un libro. Como agua, como un perrito caliente. Es producto interior bruto. Y por eso hoy, los nietos de aquellos pioneros del guion se han plantado ante el ratón.
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