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Muy temprano me acerqué a la orilla del río a por una nueva sombra de mañana, al relevo de la enferma penumbra de mi moribundo y último pino que me queda en pie. Sí, mi último pino, descortezado, martirizado por los albañiles que hicieron la ... casa. Su tarambana vagoneta le quitaba una rebanada de vida cada jornada. Alguna mañana deja escapar el ámbar de sus lágrimas desde su acorralado corazón de madera. Indultado por mi melancolía, no corrió la suerte de los otros pinos de mi parcela, los que para mi mujer daban más miedo que sombra. Acertó, fue una tormenta de nieve. Sí, fueron copos húmedos como yunques sobre las ramas, como nubes de plomo sobre las copas. Además, no sabía que la naturaleza dotó a los pinos de un bailongo cepellón, con raíces tan niñas, que después de cenar cuajarones de nieve, y pelearse con una ventolera madrugadora, acaban todos como un boxeador sonado, en mi caso tres besando o mejor mordiendo la lona de barro de mi tejado. Y no tuve piedad, hice leña de todos.

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larioja La sombra del haya