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Las guerras no apagan su voz cuando vuelves a oír cantar a los pájaros. En todas ellas hay un visionario con galones y mando en plaza que ordena sembrar los caminos, los campos, con semillas del diablo: esas minas antipersona que mucho tiempo después de ... haber firmado la paz, día tras día, siguen trabajando insomnes y ciegas: ni perdonan unas tiernas pisadas de niño. Y se quedan ahí, de carnada, al raso, como un eterno sanguinario tenderete de souvenirs. Y si no, que se lo pregunten a los sufridos vietnamitas, que cuatro décadas después del fin de la guerra, sufren que grandes extensiones de arrozales aún siguen contaminadas, y de vez en cuando oyen un estruendo: alguien se atrevió a cruzar los viejos caminos de su infancia.

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larioja Semillas del diablo