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Estamos criando unos viejos bancos. Son de carne de madera y huesos de hierro. Unos humildes bancos que nacieron de la pandemia, mirándose frente a frente, de acera a acera, para conversar sin el temor de que ese zarpazo de alimaña ciega nos pillara desprevenidos. ... Y ahí se van a quedar. Un regalo para los que vengan después: hijos, nietos, nuevos vecinos. Queremos que lleguen a ser como esos antiguos poyos adosados de las casas de los pueblos, hechos para ver pasar la vida, tomar el fresquito, cotillear, coser el mundo. ¿Por qué meterse en casa cuando en verano al atardecer el sol busca la otra mitad del mundo y nos deja de rebote la dulce luz de la mesilla de noche de la luna?

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