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Cuando trabajaba en las tiendas amarillas, un poco antes de que sonara el soniquete del despertador, empezaron mis aún atolondrados ojos a pasar revista por esas oscuras habitaciones de mi cuerpo: buscaban el silencio o el germen de un runrún…

Abría la oficina y siempre ... con la caricia de los buenos días de la chica de turno de la tienda, mucho más madrugadora que yo.

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larioja Dulces días amarillos