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Esta vez es el pez grande, remontando meandros del Ebro, el que desde un rincón de Aragón viene a comerse al chico: el de las tiendas amarillas de aquí; las de andar por casa; las de bajar a la calle donde habita la vida; las ... que tejen memoria en cada barrio con los hilos de su olor y golosa algarabía. Que cimientan Logroño que amarillas las vio nacer y crecer. A uno que las frecuenta, que ha trabajado en ellas, le sabe mal que vengan tan descaradamente a ocupar su sitio, a aprovecharse del esfuerzo de tantos años. Y además estarán también creando esa incipiente inquietud en las dependientas, que las veo cómo cada mañana, como si una boca de niña enseñara su dulce paladar, suben la verja a todo un barrio. Antes, han espantado el vaho del frío en la harina, han rebosado de mil y una delicias cada cubeta, han dejado escapar el perfume del caliente hechizo de lo recién horneado. Y esperan de pie la marea de una avenida.

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larioja Tú, que amarilla me viste nacer