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Se acerca una primavera que de algún modo va a ser otoño para Enrique y Meghan, porque mientras las hojas brotan en los árboles a ellos se les va a caer la etiqueta de 'royals', que es como decir que se les va a caer ... el pelo por haber osado rebelarse contra la corona británica. La verdad es que el título que habían empezado a comercializar, 'Sussex Royal', leído así en español literal, suena un poco subidito de tono. Pero se abre ante ellos una infinidad de combinaciones posibles para alcanzar el impacto publicitario con el que aspiran a seguir viviendo del cuento vendiendo toda clase de productos. Ahora podrían cambiarlo, qué te diría yo, por 'Sussex Seguro' y bautizar con él toda una gama de preservativos en distintos tamaños, con sus dos caritas impresas ('cheek to cheek') dentro de un coqueto corazón. Nada que vaya a escandalizar a su abuela Isabel, pues si en algo está ya curada de espanto la corona británica es en el tema del merchandising.
Durante el jubileo de la Reina se vendieron con su efigie desde tazas de café a carcasas de móvil, pasando por cortinas de baño, camisetas, calcetines, ropa interior... E incluso un imán para la nevera en el que la testa coronada de la monarca emergía de un retrete. No. Nada de lo que hagan Meghan y Enrique puede abaratar más la vena publicitaria de los Windsor. Sin embargo, Isabel II tiene razón. Si no fuera reina y estirada, les diría a la cara a sus nietos lo que cualquier abuela castiza: que no se puede estar al plato y a las tajadas. No pueden renunciar a sus funciones públicas y pretender seguir utilizando sus títulos convertidos en una jugosa marca de ropa y artículos de papelería... En definitiva, que el que quiera ser 'royal' que pague el royalty.
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