Cuando en agosto de 2014 Emmanuel Macron fue nombrado por sorpresa ministro de Economía con 36 años, pidió consejo a su bregado compañero de gabinete Bernard Cazeneuve sobre algunos principios que pudieran serle útiles en sus funciones. El socialista le respondió: «el Estado lo es ... todo; nosotros no somos nada; desconfía del reflejo de tu imagen y no olvides jamás quién te ha nombrado». Entre transgresión y traición no hay más que un paso. El exministro Macron no jugaba limpio con François Hollande y Manuel Valls: la operación 'nuevo mundo' de la macronía estaba lanzada. Siete años después, el presidente olvida que la barrera republicana para detener a la extrema derecha de Le Pen le impulsó a la jefatura del Estado y en 2022 se la aseguró. Orillar al Parlamento hasta nombrar a un primer ministro con la aquiescencia de Reagrupamiento Nacional (RN) es no respetar el escrutinio del 7 de julio. El gaullista Michel Barnier lidiará con ello.
El bloqueo galo parece resuelto con el antiguo comisario europeo. El presidente de la República es el principal causante de la crisis política en que sumió a Francia decretando unilateralmente la disolución de la Asamblea Nacional. Ahora surge la incomprensión entre muchos votantes al comprobar que el nuevo primer ministro procede de Los Republicanos, quinta fuerza parlamentaria y que precisamente no participó en el frente republicano para frenar a Jordan Bardella –extrema derecha lepenista– en la segunda vuelta de julio.
Dos meses después de una convocatoria caracterizada por la mayor participación en treinta años, Macron no extrae las conclusiones de las urnas. Reconoce en un susurro que perdió las elecciones, pero no tiene la intención de cambiar su política al repetir que «nadie» las ganó. Sus interminables consultas llegaron al ridículo: la imagen del patio del Elíseo convertido en feria de intoxicaciones, cotizando por uno u otro candidato según entraban y salían, ha desacreditado aún más su figura.
La investigación realizada por Ipsos durante la pausa de los Juegos Olímpicos describe la inquietud vivida por el país: profunda depreciación del presidente de la República, Asamblea Nacional sin crédito para hacerle contrapunto, desconfianza generalizada hacia la clase política, estructuración del escenario en tres bloques con rechazos recíprocos, relativa resistencia de la imagen de RN de Le Pen, rechazo masivo –70 %– de La Francia Insumisa, el partido eje del Nuevo Frente Popular contaminado por el radicalismo de Jean-Luc Mélenchon...
Los datos presentan los efectos de la cuasi-paralización de la vida política tras el segundo fracaso electoral de la macronía. Con 47 representantes, la derecha tradicional regresa al Ejecutivo después de doce años. Desde 2017, Macron ha debilitado sus filas para absorber este electorado, sirviéndose además de sus diputados para legislar. Ni pensar en una coalición con Los Republicanos, un partido que alcanzó el 4 % en las presidenciales. Sin embargo, el jefe del Estado opta ahora por Barnier, que no es el más despampanante de sus miembros. El candidato Xavier Bertrand representa para Macron «el viejo mundo» a superar, pero posiblemente sea su enemistad con Marine Le Pen lo que estropeó el beneplácito de la jefa de Reagrupamiento Nacional. Bertrand la ha derrotado dos veces en la presidencia de los Altos de Francia.
Tampoco ahora tenemos una 'cohabitación'. Desde el Elíseo prefieren hablar de «coexistencia» o «cooperación exigente» para la componenda con Barnier, del que no sabemos a qué mundo pertenece. Su campaña durante las primarias de Los Republicanos para acceder a la candidatura presidencial de 2017 suscitó la incomprensión de Bruselas dada la repentina defensa de la soberanía nacional por parte del excomisario. Dispuesto a atraer al ala más reaccionaria de la derecha en temas de inmigración, fue acusado de cinismo y demagogia.
En el traspaso de poderes ante el saliente Gabriel Attal, el elegido primer ministro prometió «cambios y rupturas en una nueva página de Francia». El entorno de Nicolas Sarkozy, que espolea a sus compañeros a retomar el poder desde «el interior», piensa en la sustitución del partido presidencial. La debilidad de la derecha clásica en la Asamblea, unida al nombramiento de Barnier frente a otros carismáticos republicanos, apunta a una prolongación de la era Macron. Queda la supeditación a Le Pen y la superación de las mociones de censura de la izquierda.
Rechazando el discurrir de la democracia, convencido de que la solución ideal solo puede proceder de él, Macron se ha privado de muchas opciones. El presidente sigue persuadido de que él puede «asegurar la estabilidad del país». Paradójicamente, urnas y encuestas dicen lo contrario. Inédita 'rentrée'.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.